"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

viernes, 2 de diciembre de 2011

LUIS FRANCO: EL VERSO REBELDE DEL LABRADOR


La voz poética  y obrera de este hombre  que presentó ante la sociedad un mundo ligado a la conducta del trabajo rural y a la intimidad lacerante de la tarea rústica, es una valiente demostración del compromiso asumido por un ser extremadamente sensible que rechazaba toda categorización vana y reconocía “una repugnancia orgánica por los ismos en política como en literatura”.
Luis Leopoldo Franco (1898-1988) fue un rebelde de carácter intransigente que cargó con el peso de la censura y la falta de apoyo de gran parte de sus contemporáneos. Tal cual advierte Lucas Moreno, en la presentación de la antología poética editada por Eudeba, en 1964, “es el Luis Franco, como artista y como hombre, un caso único en nuestras letras. Tal vez para ubicarlo pudiéramos afirmar que es el antiintelectual por definición, si por intelectual entendemos la idea tradicionalmente aceptada de un profesional del intelecto que asume, por la jerarquía social de su trabajo, una función que lo exime de todo compromiso con su tierra y su tiempo. Como si dijéramos un presunto puro cerebro sin manos, alienado de la vida y con la sola preocupación de su oficio que amenaza convertirlo de hombre en abstracción.
Son conocidas las múltiples ocupaciones que le posibilitaron afirmarse y defender su libertad interior, su insobornable independencia de criterio y opinión, tan difíciles de mantener en nuestros días.
Con el concurso de sus manos, como el griego de los tiempos de Esquilo, fue logrando las bases mínimas de una vida austera. No desechó oficio ni menester por elemental o humilde que fuese. Labrador en Belén de Catamarca, su pueblo natal, cultivó durante largos años un predio por demás desparejo y fragoso, hasta nivelarlo, llevándolo luego, con muy escasos y rudimentarios enseres de que disponía, a un aceptable rendimiento, al combinar el cultivo de cereales y pastos con la vid. Más de diez mil cepas plantó a lo largo de esos años con sus propias manos. No se conoce entre sus colegas de la literatura quien pueda hacer una afirmación en igual sentido”.
El caso de Franco  se asemeja a la mística de Horacio Quiroga, José Pedroni o al de Miguel Hernández, en España. Cabe recordar que Franco sufrió cárcel por defender el agua de riego de su pueblo, lo que demuestra que fue un hombre sin falsas posiciones, un verdadero poeta y predicador, un artesano de las letras.
Su leyenda queda también asegurada  con opiniones de autores como Leopoldo Lugones y Roberto Arlt. Dice el autor de Romancero: “Este poeta Luis Franco nació con la facilidad, que es un don del ala. Canta como el pájaro, por llamamiento de la naturaleza… he aquí un poeta pagano que ama la vida y la canta porque la siente bella en la delicia de su amor… tanto la goza, con tanta sinceridad se entrega a su emoción que canta en noble verso al propio cuerpo viviente”. Arlt, por su parte, focaliza que “Leyendo a Franco he recordado la talla de los superhombres que hombrean el renacimiento y almacenan en sus cuerpos una fuerza cómica, lo suficientemente vasta para transformar un bosque de piedra en multitud de dioses gigantes… así de pronto he sentido que era necesario que le comunicara no sé a quién la altísima hermosura de este libro, sus silencios cargados de perfumes rojos…”



Por su parte, Daniel Campione, en el estudio preliminar de la edición de La pampa habla, de la Colección Los Raros, publicado por la Biblioteca Nacional, se refiere al poeta en estos términos: “Luis Franco fue un intelectual rebelde, marginal en buena medida por propia decisión. El haber recibido elogios de Leopoldo Lugones en su primera juventud por su obra poética, o de Roberto Arlt, más tarde, o que se le hayan otorgado algunos premios, no lo disuadió de volverse a vivir durante largo tiempo a su pueblo natal, Belén, de Catamarca, a trabajar en tareas rurales. Franco construye su propio personaje, incluyendo retazos sarmientitos y whitmanianos, dos personajes admirados y biografiados por él. Se ve a sí mismo como un escritor con la característica particular de sustentarse con el trabajo de sus manos, como el poeta-profeta que es funde con la naturaleza y el mundo mismo, luchador solitario que se eleva por encima de su entorno pronunciando verdades poco agradables. Su formación en gran parte autodidacta y su completo extrañamiento de los ámbitos académicos le aseguraban, a su juicio, independencia intelectual. Hizo un culto de la vida austera, de lanzar sus libros en pequeñas editoriales vinculadas a la izquierda, de no comprometerse con el poder económico, político y cultural en sus diversas formas”.



En este mismo aspecto, conviene destacar lo puntualizado en el Diccionario de la literatura latinoamericana que avala la Organización de Estados Americanos. En el estudio referido al poeta se detalla que “en general, lo que Franco persigue es la reivindicación de los valores esenciales de la personalidad humana, según ciertos ideales de  emancipación social. En su misión redentora hay una profunda fe en el pueblo como nuevo y único protagonista de la historia, una indudable sinceridad y una constancia que hablan de su integridad moral, de su conducta cívica irreprochable. El poeta alciónico se ha convertido en el vate de otros tiempos: acaso como diría Selley, en el `legislador no reconocido de la humanidad´”
Alberto Hidalgo Lobato poeta y narrador peruano quien se cuenta entre los introductores del vanguardismo en la literatura de su país, es  preciso en su opinión: “…Franco se encontró así mismo y la Argentina ha podido volver a ocupar el lugar que perdiera con la desaparición de Lugones: uno de los primeros puestos en la poesía americana. Pues he aquí una verdad indiscutible y que proclamo a pulmón pleno con ánimo indudable de despeinarles el copete a unos cuantos ilusos: una voz continental como la de Lugones, par de las de Walt Whitman y Rubén Darío, de José Asunción Silva y Santos Chocano, de Díaz Mirón y Guillermo Valencia, de Herrera y Reissing y Amado Nervo, no había sido escuchada en este país hasta la madurez actual de Luis Franco. Ya en otra edad, distintos gustos y diversas escuelas, su nombre es el único en el Río de la Plata que puede pronunciarse al lado de los de un César Vallejo y un Pablo Neruda, dos de los cuatro astros de hoy”.


Luis Franco nació en Belén, Catamarca, un 15 de noviembre de 1898. La ciudad fundada por el Pbro. Bartolomé de Olmos y Aguilera, recibió el nombre en recuerdo de la Virgen del Santuario de Nuestra Señora de Belén de España. Hijo de Luis Antonio Franco y de Balbina Acosta de Franco. Poco antes de terminar la escuela primaria, su familia se trasladó a la capital de la provincia para que sus hermanos mayores y él realizaran los estudios secundarios. Se destacó como alumno en el Colegio Nacional. A la par satisfacía su curiosidad de vida y del mundo a través de los libros. Sus compañeros recordaban que en los partidos de fútbol -Franco por su estatura fue arquero- ojeaba un libro cuando la pelota estaba lejos. Para liberarse del colegio, dio los dos últimos grados en un año y volvió a Belén. Al año siguiente (1918) con sus recién cumplidos diecisiete años, gana el Premio de Honor en el certamen literario “Juegos Florales”, presidido por Jaimes Freyre, con su Oda Primaveral. La prensa del país y la popular revista Caras y Caretas comentaron ese pintoresco episodio ya que, llegado el día en que se entregaban los premios y sin tener noticias del ignoto escritor, éste se presentó, acompañado de un peón, habiendo viajado en lomo de mula durante dos días a la ciudad de Tucumán, para recibir la distinción.
En 1920, publica su primera obra La flauta de caña. Jorge Tula, editor de la revista Pasado y Presente, nos orienta: “A partir de la atmósfera idílica y equilibrada -al modo de poetas clásicos como Teócrito- que rodea su primer y más conocido libro de poemas, La flauta de caña (1920), el poeta mantendrá una postura celebratoria de la existencia en un universo en el que el ser humano es la medida de todas las cosas. Para él, la naturaleza es espacio sagrado por excelencia y el único sitio donde es posible la existencia digna del hombre, que es sagrado, también, en cuanto a su relación con lo circundante, es decir, en armonía con el cosmos”.

ALABANZA
Tomando los latidos del corazón por pauta / te alabarán los ritmos más claros de mi flauta.
Floreció ya tu sangre primaveral de amor /  y así tu cuerpo púber en un  durazno en flor.
Bajo el percal avisan su vigor y su exacta / curva, tus pechos duros de doncellez intacta.
Un hoyuelo de dicha te hace en cada carrillo / la sonrisa que muestra tus dientes de quesillo.
El verde de los huevos que suele en los rastrojos / dejar la martineta, lo tienen tú en los ojos.
Un orgullo secreto mima tus primaveras / y hace cantar la virgen línea de tus caderas…
Y es plácido lo mismo que el rumor de las aguas / en la acequia, el ligero rumor de tus enaguas.
Y nos dan las albricias de tu carne morena / un olor de albahaca y olor de verbena.

Silvina Avellaneda en su crónica La leyenda de un “orejano” indomable publicada en la revista Eñe, del 23 de enero de 2010, nos lo presenta a Franco de esta manera: Su literatura trenzaba la sutileza con el desborde. No tuvo dios, pero celebró el amor y los ídolos. Fue aforista, leñador, ermitaño y –ante todo– franco”.
Esta crónica, pocos días después tendría su réplica a través de Demián Paredes, quien espeta: “La nota aparecida en Ñ el 23/01/10, “La leyenda de un ‘orejano’ indomable”, dice que al poeta y escritor Luis Franco, “por su ateísmo y su carácter intransigente, se lo identificó con el comunismo y con el anarquismo”. Sin embargo, no fue por ello sino porque era simpatizante del trotskismo: Franco, gran poeta y escritor comprometido, admiró “la literatura y la conducta heroica” del revolucionario ruso León Trotsky, quien luchara en la URSS contra la burocratización del Estado obrero en manos de Stalin.
En síntesis, Franco no tuvo una “identidad” comunista y/o anarquista; simpatizó con las ideas de León Trotsky desde temprano (de hecho escribió un poema-homenaje a Trotsky en 1940, a los pocos días de su asesinato, en contra de Raúl González Tuñón), participó de la revista Estrategia con Nahuel Moreno y el historiador Milcíades Peña, adhirió al PST y estuvo en el Congreso de fundación del MAS a inicios de los ‘80. Por lo tanto, lo correcto es decir: el gran poeta y escritor Luis Franco también fue trotskista (más allá de cambios de posicionamientos políticos respecto a temas como la burocratización de la URSS que expresara a lo largo de su vida).
Louis Sala-Molins, ensayista y filósofo francés además de prestigioso académico de la Sorbona, al lanzar en París la versión francesa del Pequeño diccionario de la desobediencia, define a Franco como "ese argentino opuesto a las ortodoxias, ese mago del verbo que transforma en esperanzas de albas transparentes el tenebroso galope de las pesadillas".


Franco hizo el servicio militar en Buenos Aires, período en el que pasó gran parte del tiempo en el calabozo a causa de su temperamento. Inició la carrera de Derecho, la cual abandonó en el segundo año cuando advirtió “su escasísima fe en las verdades universitarias e intuyó su incompatibilidad total con la jurisprudencia”.
En 1921 aparece  Coplas (Poesía) y América inicial (Prosa). Dos años después presenta  Libro de gay vivir.

LOA DEL CUERPO SANO
Las bestias y las plantas te dan el buen consejo: contémplate en tu cuerpo tal como en un espejo. / Para tu gloria de hombre prolongada en la casta, desnúdese tu cuerpo en la gimnasia casta, / como una estatua. Puro y audaz tu cuerpo entrega / a la gracia del sol. La diosa griega/ te unja en su óleo. El juego armonioso y diverso / de tus músculos plázcate como el más bello verso. / No así como el asceta ni como la ramera, / sé dueño de tu cuerpo, que ésta es la ley primera. / Un cuerpo hermoso, fuerte, sano, qué noble palma. / Pero sirve a tu cuerpo para servir a tu alma. / Y no des uno al diablo ni la otra des a Dios / y ojalá te tuvieran sin cuidado estos dos! / Cuerpo, loado seas en tu carne y tu hueso, / tus nervios y tu sangre, tu semen y tu seso.  

Si bien la vida en el campo le proporcionaba la paz para poder leer y estudiar, y la posibilidad de trabajar en forma independiente, a veces necesitaba buscar información en bibliotecas y librerías, por lo que durante varios años alternó entre el ajetreo de la ciudad y la vida campesina. En Buenos Aires trabajaba en la Biblioteca Nacional del Maestro, empleo que, al decir de Franco, le proporcionaba “una situación muy modesta pero cómoda, con bastante tiempo libre” ¿Cómo se ganaba la vida en Belén? Como labrador de una finca donde combinaba el cultivo de cereales y pastos con el de la vid. Ahí hacía de patrón, capataz y peón a la vez; de herrero, carpintero y talabartero cuando era necesario. Durante décadas trabajó la tierra, desmontando, nivelando y cultivando alfalfa, vid y conformando una granja.
Todo este tipo de singularidades hace que Franco no sea un escritor convencional.  En este aspecto es bien notorio que debemos separar su poesía del ordenamiento que sistematizaba a Boedo y Florida. Franco se apropia de verso recostado en la naturaleza, transitando un camino bucólico, hasta afirmarse en una segunda etapa en una obra de prédica y denuncia. También se transmite una suerte de circuito cerrado - tierra, hombre, cosmos, trabajo rural, naturaleza-. Es interesante advertir que en esta misma fecha Conrado Nalé Roxlo nos despierta con su obra El grillo y Raúl Scalabrini Ortiz con La manga.


Para 1926 el autor transita por un terreno distinto. Los hijos de Llastay reúne una serie de fábulas o relatos de animales de llamativa creatividad que son el primer alegato conocido en defensa de la naturaleza, partiendo de los mitos y leyendas indígenas del norte argentino. Nos atrevemos a transcribir un pensamiento del poeta de enorme sencillez y aguda profundidad:

LA BESTIA, EL PÁJARO Y EL HOMBRE
"Los animales no son esbozos o caricaturas del hombre. Seres totalmente autónomos, aparecen sobre la tierra innumerables siglos antes de su último visitante."
"Los animales no fabrican prodigiosas máquinas u obras de arte. Son ellos mismos el prodigio y la belleza. No son instrumentos de vuelo o de canto; son ellos mismos vuelo vivo y música viviente anticipándose millones de años al avión y a  Palestina y Beethoven."
"La bestia domesticada, y sobre todo enjaulada, es una ex-bestia, como el mendigo o el criminal condenado por tiempo indeterminado es un ex-hombre, o menos, que el esclavo o el eunuco."
"Todas las formas animadas - aún el sapo, la víbora o el murciélago- son dignas de nuestro interés y comprensión, es decir, de ser admiradas y amadas."
"La vida sin libertad no es vida. Primera y última enseñanza del pájaro."

Ediciones Gleizer en 1927 decide publicar dos obras del catamarqueño: Coplas del pueblo 1920-1926 y Nuevo Mundo.

Paloma que lloras tanto, / deja caer una pluma, / para escribirle a mi negra / con mi pena y con la tuya.
Qué pañuelo de luto / me echas al cuello / con las dos trenzas negras / de tu cabello.
Ojerosita, ay de mí, / ojerosita te has puesto. / Todos dicen que es por mí…/ ¡Caramba, si fuera cierto!
El primer amor que tuve / lo mataron a traición. / De entonces con el difunto / va a cuestas mi corazón.

Entre 1928 y 1932 el autor produce un par de textos realmente importantes. Los trabajos y los días es  una realización donde Franco alcanza sus mejores aciertos con un verso pastoril y Nocturnos, con total desarrollo de una poesía amatoria.

EL VINO
Digamos bien del vino nazareno y pagano, / bueno, con una honesta sed, a las gentes todas: / del que el sediento bebe con ansias de verano; / del que se nutre al anémico como una fuerte teta; / del que bautiza, dulce, la pascua de las bodas; / del tuyo, melodioso y lúcido, poeta.

Acomodamos el siguiente pensamiento del autor en relación directa con esta etapa.

SEXO Y AMOR
"Sólo por el amor el gozo llega al corazón y se vuelve alado"
"Su escasez relativa de la fuerza física y la necesidad de cuidar su estado de gravidez, la lactancia y crianza de los hijos, todo eso hizo de la hembra humana una criatura más persuasiva y suave que su compañero, a quien no podía acompañar en sus bárbaras cacerías. Las mujeres de la tribu debieron protegerse entre ellas forzadas por la necesidad. Así inventaron la canastería y después la alfarería, y al fin la pequeña agricultura (sembrando con estacas) y la pequeña ganadería (criando un día la primera borrega). Y después vino el hilado y el tejido. Sobre esa base se estableció el matriarcado; sobre la superioridad económica de la mujer: y el esposo debía plegarse a la tribu de su esposa y la familia se constituía según la ascendencia materna."
"Hasta que un día el hombre domeñó el caballo, y el arado tirado por el buey desplazó a la estaca, y entonces la barba estableció su tiranía. La mujer pasó a ser una mera pertenencia del varón. Se inició la propiedad privada, y el harem (la más vomitable forma de esclavitud) quedó fijado de hecho para durar miles de años. Recordemos sólo a los patriarcas, y al Rey David con sus varias esposas y el rapto facineroso de Betsabé, y a Salomón con sus trescientas esposas y sus setecientas concubinas (Libro de los reyes Cap. XI. ver.3)."
"¿Qué Adán perdió el paraíso por culpa de Eva? No fue eso, sino que obligado a elegir entre Eva, con todos sus defectos, y la aburrida perfección del paraíso judaico, prefirió huir con su compañera."
"La canonización de la castidad y el celibatismo es una fervorosa invitación a la contranatura."

A partir de 1933 se manifiesta en  Luis Franco un canto de significación histórica  y una poesía obsesionada por la fascinación de la vida total, donde la palabra “hombre” se posesiona como palabra clave. Hay desde entonces un profundo esfuerzo del catamarqueño, quien comienza a concentrarse en lo cósmico y eterno, donde el metalenguaje es parte de una acción profetizante que se descubre en su expresión: “el mundo de las significaciones vivientes está sin traducirse”. Aquí subyace también el poeta místico con una visión sacralizante de la existencia y, en paralelo, la voz quebrada de la denuncia y su compromiso con la verdad y la belleza. Su libro El general Paz y los dos caudillajes, editado por Anaconda en 1933, se rodea de una serie de matices que escapan al trabajo netamente documental. Franco en este aspecto acomoda su pensamiento tratando de no caer en un ensayo histórico. No le resulta fácil  angular su criterio y articular la acción de sujetos (individuales y colectivos) que tienen como protagonistas al caudillaje porteño y al del interior. Estamos en presencia de una “guerra de clases” que se advierte en la mayoría de las páginas:

“En el Río de la Plata, los más arriesgados, con la fiebre del neófito, proponen una democracia romántica, como tenía que ser. En efecto, son gente de universidad, de tienda o de cuartel, gente cerradamente urbana, cuando no porteña, es decir, saturada de los privilegios virreinales de Buenos Aires. No conocen –desprecian– el campo y la gente de campo, y por desgracia las nueve décimas partes de la realidad americana es eso: campaña. Desde el primer día el conflicto se acusa irreductible entre la ciudad de los blancos opulentos y su negrada, ese Buenos Aires donde el europeo ‘cree hallarse en París’, y las desaforadas campañas donde un hombre casi sin vestido ni necesidades espolea su instinto de libertad hacia lo salvaje”

La obra culmina con un planteo moral totalizador:

  “El hombre verdadero tiene fatalmente que sentirse por encima de los otros; pero esto no ha de traerle engreimiento porque siente también que su raíz es común y que no puede aislarse, pues sólo apoyándose en los demás hombres logrará su desarrollo cabal. Su gloria estará en servir a los hombres y su máxima libertad en libertarlos. Y el fracaso de uno o de otro – muchedumbre y héroe– suele estar en no reconocerse mutuamente.

Entre 1938 y 1946 la literatura de Franco alcanza su mayor nivel, en prosa publica: Biografía de la guerra y El fracaso de Juan Tobal (1941), Walt Whitman y El otro Rosas (1945) y Rosas entre anécdotas (1946). En el campo de la poesía  construye Summa 1927/1937 (1938), Catamarca en cielo y tierra (1944) y Pan 1937/1947 (1948).
Franco ingresa en un período de profundidad ideológica y participación partidaria, son momentos de conmoción social diaria y se avecinan tiempos de cambio en el país. La figura de Eva Perón se agiganta mientras que en la Cámara de Diputados se expulsa al legislador radical Ernesto Sanmartino por considerarse que ha ofendido en un discurso a Evita.
Entre 1960 y 1970 el escritor acumula una enorme cantidad de trabajos que se publican sin interrupción. En prosa aparecen: Biografías animales (1953), Antes y después de Caseros (1954), Hudson a caballo (1956), Biografía sacra (1957), Sarmiento y Martí (1958), Biografía Patria (1958), Pequeño diccionario de la desobediencia (1959), Domingo Faustino Sarmiento/antología (1959), Revisión de los griegos (1960). En verso destacamos Constelación, publicada en 1959.

CARNE INFINITA
Nuestra conciencia náufraga sobrenadando apenas. / Ya no es carne la nuestra porque es carne de amores, / no sangre, hierro líquido, corriendo entre las venas: / pero ya no corre entre venas sino entre flores.
Beso tu sangre y tu alma en cada beso nuevo. / Beso perdidamente, en embriagado rito, / las jocundas vendimias de lo vive. Bebo / entre tus breves labios mi gota de infinito.

De toda esta producción nos detenemos en Pequeño diccionario de la desobediencia porque aquí la mirada de Franco es sumamente interesante. El autor asume el estilo aforístico y arremete de manera punzante contra la moral burguesa de la sociedad de clases: “La dialéctica, aplicada a la historia humana, significa la unidad del idealismo y del materialismo, es decir, la superación de ambos. El hombre aparece al fin como lo que es: el incansable obrero y arquitecto de sí mismo. Se supera, pues, la mutilación antifilosófica de la filosofía tradicional, puramente contemplativa: actitud de sacerdote o profesor frente al hombre que es esencialmente un obrador y un luchador. Cuanto más abstracta, elevada y sublime es una filosofía, es menos filosófica porque está más alejada del hombre real y actuante”.

El catamarqueño le dedica en esta misma obra, un espacio importante al rol de mujer en la sociedad, sin victimizarla, sin desmerecerla,  pero atendiendo a su condición de oprimida por la “cultura del trabajo”. Franco tiene un vuelo magistral cuando dice:  

“Antes se creía que el autor hacía su obra como Jehová hizo el mundo. Hoy sospechamos que una sociedad determinada, en un momento histórico dado, hace su literatura a través del escritor”.

 En el final de la obra, el aforista nos deja un pensamiento que goza de total vigencia: “El individuo humano debe comprender de algún modo que él es algo más que su yo perecedero: que su ser individual es parte de su ser total, y que luchar por enriquecer e intensificar su ser es el único modo de luchar contra la muerte”.




Nos atrevemos a decir que Franco ha sido un escritor integral, preciso, irónico y gravitante,  que bien podría ser  reconocido como uno de los mejores cuentistas del noroeste argentino, acreditando mérito  con historias, ensayos y pensamientos antropológicos que lo ponen a la altura de los grandes de nuestra literatura. Sin embargo esto no parece ser tan explícito porque el escritor se mantuvo siempre apartado rigurosamente de toda escuela literaria, puesto que su compromiso fue fundamentalmente con la estética antropocentrista que se define en la palabra “hombre”.
Franco es la misma poesía y así queda reflejado:

TATUAJE
Toda mi piel está tatuada
y mi sangre y lo que lleva más allá de mi sangre.
Tatuadas llevo noches y más noches y noches
de tinieblas cerradas y estrellas ventaneras.
Y auroras desfilando en vuelo de flamencos.
Y el mar con sus mareas de ida y vuelta
como la savia de los árboles.
Y helechos publicando la pubertad primera de la tierra
y bosques cobijando sus dédalos nocturnos.
Y tardos delegados del abismo.
Y esculturales y ágiles transeúntes de los prados.
Y pájaros con su alta rima de canto y vuelo.
Y un simio entre los simios izando el chato cráneo
hasta el dintel de la conciencia
y trocando sus remos delanteros
en sus manos replasmantes de las formas del Génesis.
Y el todo en incesante emigración y cambio.
Y el viejo Adán volviéndose a medias al pasado
y el aún nonato haciendo señas desde el futuro.

La obra del norteño en el campo de la poesía va comprometiéndose con la política. Entre 1959 y 1980 el verso se fanatiza con la raíz social: Constelación (1959), El corazón de la guitarra/con dibujos de Ricardo Carpani (1963), Poemas/carpeta de litografías de Demetrio Urruchúa (1965), Poesías/Antología (1965), Trotsky-Chajá (1967), Guitarra / teoría y práctica de la copla (1971). La mar se embarca (1975), Insurrección del poema (1979).
En prosa lo histórico-social y la vertiente ecológica empujan a su producción literaria: La hembra humana (1962), Prometeo ante la U.E.S.S (1964), Espartaco en Cuba (1965), De Rosas a Mitre: medio siglo de historia argentina (1967), Los grandes caciques de la pampa (1967), Sarmiento entre dos fuegos (1968), Cuentos orejanos (1968), La pampa habla (1968), Guitarra adentro (1971), Rosas (1970), Lucifer. Los museos contra el devenir (1972), El Arca de Noé en la Plata (1973), El zorro y su vecindario (1976), Zoología de bolsillo (1976), Nuestro padre, el árbol (1978), Esquilo y Shakespeare (1980). El presidente Illía y un libro de ocasión/Reflexiones de un escritor libre y sin partido, dedicadas en calidad de homenaje, a la memoria de un gobernante de excepción en su medio y época (1984).
Del libro Cuentos orejaros que reúne 15 relatos folclóricos de enorme creatividad, hemos extraído un fragmento del cuento Desquite. Se trata de la crónica patética que hace Franco sobre la riña de gallos. 

DESQUITE (Cuentos orejanos)
Enlazado de medio cuerpo por un pañuelo que cruzaba bajo las alas, colgaba el gallo en vilo del gancho de la balanza de mano.
 -Seis, ocho...Les llevamos apenas una oncita -masculló el viejo Eladio.-Bueno, bueno, calcen ligerito y vamos -gritó Don Paulo.
Y  en las púas, despuntadas como guampas torunas, les calzaron las espuelas de acero. Cantó uno y sobre el pucho le retrucó el otro: cantos encogidos de rabia, como restallados.
Capadas de crestas, las cabezas denudas como un talón, rojas como un tajo. Lampiños de cogote, de ancas y de muslos, mostraban la carne en que ardía la sangre de pelea como ají de monte.  En cuanto al estado, ya se veía el alcance del toreo y la dieta, y la maña de los cuidadores.
Con ese odio que prende más ligero que la pólvora, tiritaban de coraje, golosos del entrevero a punta. Se salían de la vaina.
Uno, el Giro, era medio viejazo, y viejazo del todo, pero su fama tampoco era nueva. Al Torcazo, un tuerto de avería, su dueño lo había costeado de no sé qué pago.
En un decir Jesús, un muchacho había rociado y barrido el redondel. El viejo Eladio echó su gallo. ¡Qué mozo para el baile!  Cloqueando despacito, alzando un poco las patas por el ajuste del puón, el Torcazo caminaba tranquilo, canchero viejo. El costurón de un tajo le sesgaba el cogote. Por ratos quería alzar alguna pizca del suelo, o tirarse la atadura de una espuela.


Don Paulo se arrimó con su gallo y el viejo levantó el suyo.
- Caramba- chanceó aquél,  mirando al Torcazo -como si medio le brillara la cabeza.
-Es la grasa del zorro, señor -se rió el otro aludiendo a la vieja trampa.
Soltaron. Los gallos guardaron distancia, aguaitándose medio al sesgo con ojos de chispa, los cogotes encogidos, tiritando las cabezas, en sube y baja, como si vinieran buscándose de años sin poder toparse.
La riña estaba en un pelo. Bárbaros de más puntas  que un tala, era cuestión que se entregaran un poco, no más. Por ahí se agarraron de firme, y contestando al otro, el Torcazo tiró dos veces en la misma picada, aunque su tiro de crédito era de costado.
Se le vió un rasponcito, una nadita, cerca del oído....
-¡Diez pesos al Giro!- desafió el comisario -¿Quince pesos al Giro, señores? ¿Quén  paga?
Nadie movió la boca.
Se cruzaron de nuevo, y al Giro le coloreó un tamaño tajo encima de la nuca.
-¡Pago los quince, don!- anotició de golpe el viejo Eladio.
El desafiante medio tartamudeó al principio, pero después retrucó con ganas: ¡Pagados!
-Velay, ¿Quiere llevarme cinco pesos más?- se le arrimó otro comedido.
- No ha de ser, amigo: déjeme espiar un poco...
Qué diablos, al Giro le sangraba ahora el pico. Hereje el tuerto, señor. ¡Vaya la falta que le hacía el ojo  ausente! Le llovió la plata como habas.
- ¡Diez  pesos al Torcazo!
- ¡Cinco aquí!
- ¡Diez a ocho al tuerto!
- Está lindo pa´parar, caballeros; nada se ha visto hasta no ver todo -filosofó un viejo de ponchito hilachento, sabiendo que una riña es como taba al aire.
Todos estaban con la boca seca. Nadie pitaba. Los gallos se acorralaron a muerte.
Dos o tres topes más y alguno medio cloqueó ¿Cuál? No se supo bien al principio. El Giro acababa de perder el pico, y el otro, golpeado en el ojo bueno,  estaba ciego....
El asombro de la rueda ruideó como el viento.
- Silencio...
Cosa de diablo…
A alguno le borbollaba la garganta. ¿El Torcazo? Sacudió la cabeza con un cloqueo.
- Oh...degollao...¡Lo está  ahogando la sangre !
En eso, sintiendo cerca el acezo del otro, se despabiló de golpe y, tambaleando a lo borracho, cintareó el último bote. Después se acostó despacito sobre sus patas y aflojó la cabeza, muerto. El vencedor, desfondado de heridas y casi ciego, miserable, espantoso, soberbio, lanzó su diana de victoria.

Daniel Chirom, el poeta y periodista fallecido tempranamente, apodado “el dandy tristón”, en una entrevista editada por el semanario El periodista Buenos Aires, en noviembre de 1985, consiguió dialogar con un Luis Franco ya envejecido. El catamarqueño a pesar de sus 87 años no parecería tan quebrado. Chirom así lo retrataba: “un anciano alto, erguido, de contextura robusta... miro sus ojos profundos enmarcados por cejas selváticas. Su rostro está tallado. Es uno de esos hombres privilegiados para los que la vida no ha pasado en vano...”. En esa  misma entrevista le pregunta porqué no aceptó ser miembro de la Academia Argentina de Letras. El poeta respondió: “es que no me veía como miembro de una corporación en la que tuviera que consonar con ciertos modos de ver que diferían de los míos y que por ser míos, los prefería a los ajenos”. Al referirse al Gran Premio de Honor de la SADE, recibido en 1984, concluye: “Tuve que aceptarlo, ya me daba vergüenza negarme. Mis amigos insistían tanto”.

Podríamos seguir recurriendo a otras opiniones pero nos detenemos en su propio pensamiento: Diré pues –no sé si con orgullo– que soy el único escritor argentino, o de cualquier parte, que vivió del trabajo de sus manos”. Y también se atrevió con una descripción de cómo debería actuar el intelectual: “Que este técnico del pensamiento y la palabra creadora a la vez, está obligado a huir de todo compromiso con el gran público y las minorías selectas, con los pasatistas y los utopistas, con Dios y con el Diablo, con la Casa Blanca y el dorado Kremlin, no menos que con la tercera posición. El único compromiso de éste es con el pueblo trabajador y la revolución social, aunque sea al precio de chocar con el lugar común del gran público y los poderes de turno; pero también de los diletantes que fluctúan entre el grito contestatario y el puesto oficial, como de los rebeldes intransigentes que se pasan la vida –cual alma bella hegeliana– sin mancharse las manos en el fango de lo real”.
Luis Franco fue un revolucionario consecuente y arduo defensor de la libertad, con una visión dialéctica y laica del mundo. Murió un 1 de junio de 1988, próximo a cumplir 90 años, en un asilo de ancianos de Ciudadela (Buenos Aires), donde transcurrió sus últimos días sobrellevando la soledad y la pobreza.
Por largo tiempo su poesía quedó reservada a determinados


círculos literarios y su acción de vida y espiritualidad permaneció opacada por una sociedad más dispuesta al consumo de literatura pasatista y frívola. Todo parecía detenido hasta que el peso de la memoria volvió sobre sus pasos y el reconocimiento se sinceró saldando una deuda pendiente con este hombre sencillo. La Cámara de la Provincia de Catamarca, mediante un proyecto de la diputada Silvia Acevedo, declaró de interés parlamentario el traslado de los restos del escritor a su ciudad natal. Esta idea comenzó a gestarse en el 2009, desde la Secretaria de Estado de Cultura de la provincia y la Municipalidad de Belén. El féretro del poeta sería traslado desde el Panteón de Escritores en el Cementerio de La Chacarita hasta la ciudad de Belén, para que el poeta descansara en el terreno que le vio nacer.
Un emotivo relato del poeta Carlos Penelas sobre el acontecimiento, nos  anima a participar de su homenaje uniendo nuestro recuerdo a ese obrero de la cultura que seguirá cantando sus versos mientras el trabajo sea una tarea de enorme dignidad humana.

Martes 6 de setiembre de 2011
LUIS FRANCO ES BELÉN
El azar o el destino hicieron que viviera un momento único, histórico. Pocas veces en mi vida me conmovió tan profundamente una vivencia. Inolvidable por su ternura, por las circunstancias, por lo irreal. El corazón se salía del pecho y tuve que contener las lágrimas hasta donde pude.
Subí a la aeronave Metro III. Propiedad de la Dirección Provincial Aeronáutica de Catamarca, a las ocho y media, el miércoles 31 de agosto de 2011. Junto a mi Claudia Ferreyra, Secretaria de Estado de Cultura; Leopoldo Luis Franco –único hijo del poeta- Yolanda Lescano, su esposa. Y los tres nietos de don Luis: Javier Eduardo, Marcelo Leonardo y Daniela Noemí. También viajaba con nosotros el biznieto de un año y medio, Benicio, con su madre. El comandante serio y emocionado como nosotros, era Juan Guillermo Dré. Compartía la cabina el piloto Carlos Alberto Álvarez. Llevábamos los restos, se repatriaban los restos de uno de los poetas y escritores esenciales de nuestra literatura. Uno de los pocos hombres éticos que dio esta tierra, uno de los intelectuales más coherentes de nuestra América mestiza: Luis Franco. Después de veintidós años regresaba a su tierra natal.
No fue fácil el trayecto ni fue sencillo controlar la memoria emotiva. Embargo y felicidad, congoja y esperanza, se confundían. Franco fue un hombre que odiaba los homenajes, que rechazó los cargos, que nos enseñó a decir que no a todo  o a casi todo. Esta vez había que elevar su ejemplo, su pensamiento, su insurrección, su obra. Y todos, absolutamente todos, colaboramos desde distintas ópticas, desde distintos lugares. Y fue posible vivir horas difíciles de olvidar.
Durante el vuelo se hablé de él, se contaron anécdotas y nos confiamos intimidades. Estaba dos Luis pero también venían los fantasmas de sus días, los amigos, las posiciones irreductibles. Al llegar al aeródromo de Londres la emoción no desbordó.
Observábamos consternados –mientras la aeronave descendía- a un pueblo en dolorosa expectativa. Camionetas, motos, bicicletas, hombres de a pie y hombres de a caballo. Filmadoras, cámaras fotográficas, periodistas mezclados entre gente sencilla, gente humilde que venía de lugares distantes, de otras provincias. Luego todo fue pasión.


El transporte de su féretro cubierto por un poncho en un carro. Los gauchos rodeando a ese hombre campesino, poeta, iconoclasta. Un trayecto inimaginable. Con niños saludando desde el borde del camino, con delantales blancos y ojos inmensos, los padres y las madres saludando con sus manos, vecinos acongojados sin creer en lo que sus ojos le mostraban. Iban por amor. Allí no se regalaba nada, no se prometía nada. Maestros, hombres maduros caminando, curtidos, limpiándose las lágrimas tonel dorso de la mano. Se agregaban al pasar todo Belén, por caminos, por senderos, desde casas sencillas.
Había banderas argentinas, banderas catamarqueñas. Unos niños sostenían un género blanco donde se leía: “Belén es Luis Franco”. Un gaucho a caballo, con un cartel hecho a mano: “Bienvenido a Belén, Luis Franco”.Otros: “Llega el poeta a su tierra”. “Luis Franco, el poeta de Catamarca”, “Luis Franco descanse en paz”. Una bandera roja: “Luis Franco, marxista y ateo”. Y las paredes blanqueadas con leyendas suyas, con sus versos. Y el coplero “Chato” Bazán elevó las palpitaciones hasta el vuelo de los códores en una Catamarca de cielo y tierra.
El gobernador, Eduardo Brizuela del Moral estaba en el primer auto. Él, muchos años atrás lo nombró Doctor Honoris Causa de la Universidad de Catamarca, cuando era rector. Gente de la cultura, con distintas posiciones, con diversas ideologías, lo admiraba. En tendían que era un ser diferente, un hombre insurgente. Días después señalé en el Colegio Nacional de Catamarca – como lo había hecho el día anterior en la antigua casona de la Fundación Carreras- que si uno lo leía y admiraba a Juan de la Cruz o a Luís de León -siendo ateo- porqué un creyente no puede admirar y difundir la obra de un poeta enorme que no es creyente.
La obra de Luis Franco se eleva entre la jactancia y la mediocridad de una sociedad, entre la miseria del egoísmo y la demagogia, entre la angustia y el énfasis de los desposeídos. Tiene belleza y tiene claridad. Carece de resignación, no calla. Quienes lo conocimos en profundidad, quienes lo amamos y discutimos con él, quienes lo admiramos y descubrimos su firmeza, este regreso nos llenaba de compromiso. Una vez más, para siempre.
De manera consciente o inconsciente se lo resistió toda su vida. Una ancha capa de nuestra sociedad y de nuestra intelectualidad no lo quiso. No le resultaba simpático. Él buscaba una nivelación para arriba. Criticó siempre las pompas, lo exaltado y halagador de los gobiernos de turno. Señaló sin tapujos la publicidad engañosa como los códigos estanilistas o populistas. Desconfiaba de las muchedumbres tanto como de la oligarquía, de la barbarie tanto como de los próceres. Por eso su pensamiento está ligado en gran medida a la figura de Domingo Faustino sarmiento, no al legalizado con pasaporte, no al abanderado ante escribano público. Supo hablar del caudillaje montonero y al caudillaje de levita. Supo hablar de las revoluciones cesáreas y de las revoluciones traicionadas, de la beatería del más allá y de la mojigatería que da espanto. Pero eso no lo cegó para admirar a uno de los hombres íntegros de este territorio como fue el Dr. Arturo Humberto Illía. Esa era su amplitud de criterio, esa la diferencia con el dogmatismo de derecha o de la izquierda.


Han pasado décadas de su muerte pero el populismo de entonces sigue vivo. Como sigue viva la mezquindad, la barbarie del hormigueo ideológico. Y lo más rancio y reaccionario de una sociedad.
Dijo: “La naturaleza, junto con el orden moral, está por encima de lo que llamamos civilización, que es lo que desnaturaliza al hombre”. Es una voz continental que viene junto a Lugones, Whitman y Darío. Su nombre puede nombrarse al lado de César Vallejo, Ricardo Molinari o Jorge Luis Borges.
Franco fue un verdadero transgresor, un rebelde en todo el sentido de la palabra. Su amistad con anarquistas comprueban su  espíritu libertario. Su vida. Su vida es una clara enseñanza de libertad, de conciencia crítica, de elevación ética.
Señalaba constantemente que pensamiento y acción deben ir de la mano. Lo contrario es burocratizar el pensamiento. Mostró en sus ensayos como el hombre es hacedor de sus dioses y de sus fetiches.
En sus páginas advertimos otra enseñanza: la rutina de los hombres y su carencia de voluntad para dejar de ser esclavos. “Soy ateo calado hasta el hueso de supersticiones de lo divino”, dijo. Habló del amor carnal y del amor del alma. También escribió: “El día que no haya ricos ya no habrá ninguna necesidad de pobres”.
Sobre su tumba en Belén leemos: “Lo más viril del hombre es la ternura”, Luis Leopoldo Franco. Ahora, como siempre, regresamos a sus libros, a sus páginas. Leamos a un poeta inmenso, a un ensayista de hondura voz y verdad, a un desobediente autodidacto que unificó el genio que da la espontaneidad con la reflexión y el esforzado estudio. Por eso recalqué ante su tumba: “Es una sociedad corrupta, él eligió ser un hombre digno”.
Carlos Penelas / Buenos Aires, 5 de setiembre de 2011.

Como corolario a este reconocimiento, el Senado de la provincia de Catamarca estableció por ley, incorporar el “Día del Poeta Catamarqueño” al calendario de sus efemérides, en memoria del poeta. Esa fecha se estableció el 15 de noviembre, día de su natalicio.
Finalmente consideramos oportuno concluir esta crónica con un cuento visceral donde la amistad se declara en cada línea:

MI AMIGO PANTA  




Villa Ciudadela, Buenos Aires, 1960.
Pienso que soy de esos hombres a quienes cuesta un poco brindar su amistad o aceptar la ajena.
Con Panta fue otra cosa, pues por él supe que la amistad puede ser un aguinaldo de la suerte. Bueno ¡pero quién no se sentía amigo de Panta! Conocerlo y tratarlo media hora ya era comenzar a quererlo. Parecía que el caudal del corazón, que en los demás es tacaño o está escondido bajo arena o fango, brotaba en él con espontaneidad y limpieza de manantial.
No era de esos que por instinto le mezquinan el bulto a cualquier compromiso, si no entrevén ventaja, y se sienten como a distancia o por encima de los demás y siempre están como de vuelta, y ante las peores lástimas ajenas se quedan como convidados de piedra, como si eso no rezara con ellos. Digo que a comedido ante la aflicción o la necesidad de los otros era difícil que alguien le pusiese a mi amigo el pie adelante. Y algo menos común, si cabe: nunca conocí cristiano más capaz de regocijarse con la alegría del prójimo.
Yo sospecho que los malos de verdad son pocos, y que los realmente buenos son más pocos todavía.
¿Entonces? Que la oronda mayoría de los hombres somos como camino de médano, que ni es camino ni deja de serlo… y ahí está: yo llego a creer que si una canallada se está cometiendo a nuestra vista, sin que nosotros alcemos la voz o la mano… es porque ya estamos encanallados. Los más de los hombres ladean los ojos y cierran bien el pico cuando la injusticia o el robo son hazaña de algún ahijado del gobierno o la fortuna. ¡Y no me digan a mí que ésa es gente honrada!
Si, ya ponderé que no había hombre como Panta para alargar la cuarta en el pantano al medio hundido. Y sin embargo no todos sus amigos, y yo el primero, estábamos por entero conformes con él. No sé cómo explicarlo.
Soy hombre rudo y con frecuencia las palabras se me entreveran como reses de marcas diferentes. Quiero decir, por ejemplo, que la imaginación del hombre prefiere irse por huellas trilladas, aunque no lleven a ninguna parte, y sólo por milagro se anima a abrir una picada nueva. Malicio que no logro hacerme entender. Vuelvo a mi amigo Panta y repito que él era la nobleza misma, pero ante la injusticia no parecía turbarlo la indignación.
En sus ojos claros parecía remansada la serenidad. Ante un abuso de la autoridad o del patrón se encogía de hombros, con una sonrisa de impotencia o de desprecio, no sé… ¿Creía que el mundo había sido siempre así y que rebelarse era patear contra el clavo?
II
Como casi todos los pobres de estas tierras nuestras en que la Pobreza manda más que la Providencia, Panta, desde niño, se había avezado con delicadeza a toda clase de trabajos brutos: campeador en el cerro, labrador en tierras ajenas, hacheador en el monte, obrero de zafra o de mina -porque el necesitado, ya se sabe, se ve forzado a cambiar de sitio como la luz mala.
He conocido, aquí y allá, trabajadores de gran baquía y aguante, pero nunca uno en quien la fuerza y la certería fuesen como el pulgar y el índice, si no es Panta. Y parecía que todo lo hacía no sólo sin esfuerzo, sino por pasar el rato. No es mucho, pues, que el verlo trabajar tuviese algo de fiesta, fuese un regalo para la vista y el ánimo, como lo es para el oído una guitarra en buenas manos. Verlo tumbar solito un toro, por ejemplo, para caparlo o curarlo, atándolo del primer tronco o poste a mano con una punta del lazo y con la otra enredándole el lomo y las patas y tirando hacia atrás, sin violencia, hasta que el animal se acostara como por su propio gusto. Lo he visto dar el primer riego a un trigal en invierno (cuando el agua suele escarcharse donde se remansa un poco) durante dos días y una noche él solo y sin más pausa que la precisa para cocer el mate o chamuscar el churrasco. Cosa más seria aún era ponderar la seguridad y resistencia de su muñeca en las faenas de la zafra y sobre todo en las de un desmonte.
Panta, de una ojeada a un laurel o un chalchal, parecía adivinarle la disposición exacta de los raigones ocultos y ya estaba meneándoles pala y pico, sin apuro y sin demora, para descubrirlos, y no tardaba en llegar el eco del primer hachazo. Cuando las raíces trazadas formaban ya una parva de leña y el socavón tragaba su cuerpo, Panta sabía bien cuál era el último raigón cuyo corte iba a decidir la caída del gigante y sobre qué costado se volcaría. Si se trataba de acostar un árbol mutilando su tronco a flor de tierra, Panta parecía tomar la fajina como un contrapunto entre dos payadores de mentas. Se lo veía darle al hacha, gobernándola mano a mano con la derecha y con la zurda, durante un tirón que hubiera reventado a cualquier otro, y eso sin acortar el resuello ni dar señales de calambre en los dedos, y sin que cada hachazo no cayese en el lugar justo, sin fallar ni en el grosor de un pelo -todo de modo tan limpio que el corte en redondel iba adelgazándose hacia abajo como un trompo, hasta terminar en púa...
Los demás hacheadores solían pararse a mirar. Cuando caía el árbol, Panta, resollando como parejero recién descinchado, sonreía mientras se sacaba con una mano de canto el sudor de la frente. Calmado al fin, encendía un cigarrillo, y arrastrando los pies y con alguna broma al caso, para quitar toda importancia a la cosa, se arrimaba a dar una manita al compañero más atrasado en una tarea. Así fue como ocurrió el percance que le costó dos meses de enfermería y de jornales perdidos: por salvar a un hacheador de ser aplastado por un cedro se dejó apretar él por la punta de las ramas.
Sin duda huelga agregar que Panta (que cumplía con devoción todo compromiso, que se empleaba a fondo en cualquier trabajo, aun el más acérrimo, sin protestas ni rezongas, y aun al parecer, complacido), Panta, digo, era el obrero de más crédito cualquiera fuese la laya de patrón que le tocase.
Qué más se querían ellos, que de juro se dirían en sus adentros: ¡ojalá todo peón le pisara el rastro a éste!
Pero no se me quiera entender mal. Panta jamás buscaba acomodo, ni lo vi galopar al costado de nadie, ni tenerle el estribo a nadie, por muy don que fuese.
III
Se estará medio adivinando ya que Panta no llevaba la marca de los calaveras, los chupadores o los mujeriegos. Sí, pero parece tributo exigido por el diablo el que no haya hombre sin alguna falla y Panta tenía una y no chica: la del juego. Y yo era el primero en lamentarlo sin más que basarme en el hecho de que como jugador nunca pasó de recluta. Aunque soy el menos dado a meterme donde no me llaman, a Panta solía cargarle la romana en esta debilidad suya. Convénzase, amigo -comenzaba-, que quien pone su confianza en su trabajo no debe ponerla jamás en la suerte, porque ésta es hembra y tiene que sentir celos y castigar al ingrato. Por otra parte -agregaba-, si sacamos bien las cuentas, ¿qué quiere hacer un sujeto como Ud. o como yo, con las manos embrutecidas de callos, frente a un jugador de respeto, que le huye al trabajo como a la tiña y suele tener unas manos tan suaves como las de un vendedor de sedas, y dedos que deletrean el naipe con sólo tantearle el lomo, o con nada más que acariciar la taba le enseñan las vueltas justas que ha de dar en el aire para caer sonriendo a la suerte…? ¡Y no hablemos si nos topamos con un tahúr, de alma más hueca y dañosa que el colmillo de la víbora!
Pero todo era inútil. Daban ganas de llorar o de tratarlo como a un niñito que juega con un arma cargada cuando uno veía a Panta perder en un rato de carpeta o en unos cuantos tumbos de taba todo o casi todo el haber juntado en dos o tres meses de esa fajina suya que valía por dos.
¿Por qué hacía eso? A veces, para pensar mejor, se me ocurría creer que Panta tentaba a la suerte buscando liberarse alguna vez de la cruz negrera.
Y tal vez yo tenía un poco la culpa con mi refrán preferido: “Las manos de uno no sacan de pobre sino el trabajo de los otros”. Aunque hablo sólo por hablar, pues en lo atinente a la plata y al modo de ganarla, con Panta nunca emparejamos nuestros pareceres. Mejor dicho, él creía, como todos los resignados, que pretender cambiar un poco el mundo es escupir contra el viento.
Cuando en algún estrecho huelgo de la vida jornalera yo estiraba demasiado el silencio, como me ocurre a veces, Panta solía chumbarme: ¡Pero diga algo amigo! Se está ahí como santo al que le pasó el día…
Yo no desperdiciaba la ocasión de recomenzar mi retintín, aunque no era de cencerro sino de hierro golpeado. “Muchas tajadas tiene el melón, pero al pobre sólo le tocan las cáscaras”.
“Unos nacen para chapalear sobre el propio sudor y otros para hamacarse en la vida como achira en remanso”.
“El gobierno y las leyes y lo de más, son de ellos… y curándose el maldeojo cualquiera lo ve”. Y así, dale que dale con esas cosas que a mí -vaya a saber por qué- me duelen más que a los otros. (Si no fuera por la vergüenza confesaría que a veces me cuesta sujetar el llanto, como si yo estuviera en deuda con todos los aporreados por el hambre y la injusticia, como si llevara adentro la pena del mundo.) ¿Y Panta? Remendando algo, o afilando una herramienta, mudo o silbando bajito.
-¡Pero, amigo, responda algo! ¿O vende ahora las palabras?
-¿Yo…? -contestaba al fin con una sonrisa que a mí me parecía de una pena muy honda, como de novia que se pisotea el corazón antes de decir el sí que le arrancan.
-¡Qué voy a decir! Que las cosas vienen así desde atrás y no seremos nosotros quienes podamos mudarlas…
-¡O nosotros o nadie, compañero! -saltaba yo, porque eso venía a pegarme en la matadura.
Y la cosa terminaba casi siempre ahí, por acuerdo mudo de ambos lados, pues adivinábamos que de seguirla no haríamos más que amargarnos uno al otro.
IV
Y un día nos separamos, porque el pobre debe acudir aquí o allá, es decir, donde está el que alquila su trabajo. Alguna vez, contestando a unos garabatos míos, me contó que trabajaba en un camino que cruzaba un cerro, con un buen jornal y no lejos de su pago. Otro día un compañero me dio pormenores. Panta era capataz de cuadrilla, pero al revés de lo que suele ocurrir con los capataces de cualquier obra, que miran desde lejos a sus subordinados, Panta (que ponía el hombro, antes que nadie, a las tareas más crudas o riesgosas, que afilaba las herramientas y cargaba los tiros de dinamita, no siendo ésas obligaciones suyas, que paliaba o enmendaba las faltas ajenas, y todavía los domingos recortaba el pelo o afeitaba gratis a cuantos tenían ese antojo, siempre con esa sonrisa que le salía desde adentro), Panta se había hecho el rey del corazón de sus compañeros.
Así, hasta que un día reventó como un caballo galopado más allá de lo que dan sus bofes, digo, le falló el corazón, según parece de resultas de una mala fuerza hecha al voltear un peñasco. Y aquel león de la fuerza y el esfuerzo, forzado al descanso, se murió de pena y tan pobre, que yo, y otros no más pudientes que yo, debimos costear los gastos del velorio y hombreamos el ataúd, de tablas de cajón, hasta el cementerio.
Publicado en el diario La Prensa, Buenos Aires, el 15 de mayo de 1960