"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

lunes, 5 de marzo de 2012

MARIO BRAVO: UN AGITADOR DE LA PALABRA
                                             

El 6 de setiembre de 1930 fue una de las peores jornadas para la democracia argentina. El golpe de Estado liderado por José Félix Uriburu, que terminó con el gobierno constitucional de Hipólito Irigoyen, abría una herida en toda la sociedad que no sería fácil de cerrar. El gobierno de facto, se proponía instalar un régimen fascista inspirado en la redacción de una proclama escrita por Leopoldo Lugones, quien ya había encarnado su posición en 1924 y la dejara expuesta ante los jefes militares en su discurso "La hora de la espada", donde el poeta anunciaba el deterioro de la democracia y su inconsistencia. El resultado de ese proyecto traería consigo una estructura estatal represiva, donde la tortura, la persecución ideológica y la aplicación de picanas eléctricas serían un elemento de uso cotidiano.
En ese mismo momento, el Partido Socialista iniciaba una campaña de protesta frente al atropello constitucional. Un joven de tez morena y cara aindiada, parecía mostrarse como agitador en el Teatro Rivera Indarte de la ciudad de Córdoba. Era abogado, doctorado con la tesis Legislación del Trabajo y periodista. Estamos hablando de Mario Bravo (1882-1944) y de sus acaloradas palabras:

“Yo sé que hablo bajo la censura de la autoridad. Pero deseo que mi palabra de protesta llegue hasta donde alcance a transmitirla este micrófono, y digo que el pueblo argentino no merece que un militar haya puesto sobre sus espaldas la planta de sus botas. Y afirmo que el pueblo sabrá resistir con todas sus fuerzas a la mutilación de sus libertades”.
“Si el presidente revolucionario ha podido conducir a los niños del Colegio Militar y a los muchachos de la Escuela de Comunicaciones hasta la Casa de Gobierno, para implantar su dictadura, nosotros tendremos el derecho de reclamar el concurso del Colegio Militar y de la Escuela de Comunicaciones para derrocar a la dictadura”.
“Este será el momento inicial de la gran batalla”.
“Somos los únicos que no hemos rendido pleitesía a la pseudo revolución triunfante que ha dado a la historia argentina una página nefasta”.

Poco duraría el fuego de su oratoria, al llegar a Buenos Aires, el joven militante fue encarcelado.


Mario Bravo nació el 27 de junio de 1882, en La Concha (Tucumán), un pueblo anónimo que hoy se ha enriquecido con las plantaciones de arándanos, paltos, tabaco y soja. El muchacho creció en el seno de una familia humilde a quienes las dificultades económicas no les restaba tiempo para disfrutar de un paisaje maravilloso. En ese mundo pasó su infancia, rodeado de una selva de naranjos y un horizonte de montañas.
Ya en la capital de su provincia, estudia en el Colegio Nacional y se tutea con el clima ciudadano. Bravo nunca se olvidará de su Tucumán natal. Muchos años después, cuando ya extrañaba el perfume de azahares tan característico de su tierra, reflexiona: “Cruzando a media noche la ciudad en silencio, conversando en la oscuridad con las sombras de los seres queridos que se fueron, con las calles taciturnas que tenían todavía para mí las huellas de mis pasos de infancia, con las casas de mi vecindario que, como la que fuera mía, eran ruinas evocadas y martirizantes”.
El poeta se desborda en muchos de sus versos y aquella niñez se revela en un íntimo recuerdo:

EL CEDRO


Yo, con mis propios brazos, cavé el pozo,

Yo, con mis propias manos, planté el cedro.

Y pasarán los años y los años.

Siempre tendrá la planta gajos nuevos.

Y pasarán los años y los años

Y el cedro sin cesar irá creciendo.

Y pasarán los años y los años.

Y el cedro estará aún joven y yo viejo.

Y en la paz del hogar, si lo consigo,

al familiar amparo del alero,

en mi chochez ingenua de hombre anciano,

contaré sin reposo el mismo cuento.

“Yo, con mis propios brazos, cavé el pozo…”

“Yo con mis propias manos planté el cedro”.

Y pasarán los años y los años.

Y “alguien” quizá repita en su recuerdo:

“Él, con sus propios brazos, cavó el pozo…”

“El, con sus propias manos, plantó el cedro.”

Mario Bravo siempre aceptó los desafíos. Su destino no estaba sellado en el terreno natal. Decidido a todo, viaja a Buenos Aires e inicia la carrera de abogacía; mientras tanto, incursiona en el periodismo y escribe sus primeros versos.
No eran tiempos de tranquilidad, el mundo ardía en una caldera y el país se agitaba. En 1903, Panamá se sublevaba ante Colombia y lograba su independencia con el apoyo de Estados Unidos, quien a cambio, negociaría la  construcción de un canal interoceánico que modificaría el comercio en el mundo.
En el otro extremo, Turquía ocupaba Macedonia y se producían sangrientos enfrentamientos entre búlgaros, griegos y serbios. A su vez, en Rusia, ya en 1904, los fracasos militares crecientes, comenzaban a precipitar revueltas populares, fogoneadas desde Italia por Lenín.


En nuestro país, el 4 de febrero de 1905, se produce una sublevación cívico-militar organizada por la Unión Cívica Radical, contra el gobierno de Manuel Quintana, representante del Partido Autonomista Nacional. El objetivo preciso fue reclamar elecciones libres y democráticas. La revuelta se desarrolló en la Capital Federal, Campo de Mayo, Bahía Blanca, Mendoza, Córdoba y Santa Fe. Como consecuencia se declarará el estado de sitio. El gobierno del presidente Manuel Quintana detiene y manda enjuiciar a los sublevados, quienes fueron condenados con penas de hasta 8 años de prisión y enviados al penal de Ushuaia.
Fue una de las rebeliones más importantes que sufrió la República, por el número de militares comprometidos, las fuerzas vinculadas y la extensión del movimiento. Se había trabajado con mucho sigilo pero, a pesar de eso, el gobierno estaba avisado de la situación.


Después de los sucesos del mes de febrero, Manuel Quintana se dirigió al Congreso y dijo al respecto: "Al recibir el gobierno conocía la conspiración que se tramaba en el ejército y por eso dirigí aquella incitación para se mantuviera extraño a las agitaciones de la política invocando al mismo tiempo el ejemplo de sus antepasados y la gloria de sus armas. Una parte de la oficialidad subalterna no quiso escucharme y ha preferido lanzarse a una aventura que no excusa la inexperiencia ante los deberes inflexibles del soldado".
El 11 de agosto de 1905, se produce un atentado contra Quintana mientras se dirigía en su carruaje a la Casa de Gobierno; un hombre dispara varias veces contra el mandatario sin lograr hacer fuego. El coche del Presidente siguió su marcha y los agentes de custodia detuvieron al agresor, quien resultó ser un obrero catalán anarquista que actuó por iniciativa propia, llamado Salvador Planas y Virilla.
Mientras tanto, en París, el 7 de octubre de 1905, el dirigente socialista Jean Jaures pronuncia un discurso reclamando la jornada de ocho horas: la policía carga contra los manifestantes. Doscientos heridos y más de un millar de detenidos fueron la consecuencia de la refriega.
Mario Bravo se afilia al Partido Socialista el 1ro de diciembre de 1905. Así relata su aproximación al socialismo como militante:
“Mi primer contacto con el movimiento socialista consistió en una visita que hice al local de México 2070, donde tenía su sede el periódico “La Vanguardia” y su Secretaría el Comité Ejecutivo del Partido. Unos obreros amigos de Tucumán me encargaron adquirir unos folletos socialistas. Yo no sabía donde adquirirlos. Los adquirí y los guardé sin ánimo ninguno de leerlos. Pero surge la huelga azucarera en Tucumán y dada sus dimensiones me lleva a interesarme en ellos y leerlos”.
Aquella huelga lo marcó a fuego al joven periodista. Bravo no sólo se interioriza por las condiciones de vida de los trabajadores, sino que también, acude en su ayuda. Denuncia las condiciones inhumanas que soportaban los obreros tucumanos y un gran número de peones riojanos contratados, quienes fueron desalojados como animales de las miserables viviendas donde descansaban.
De su novela En el surco (1929), tomamos un párrafo.
“Analfabetos en su mayoría, embrutecidos por el alcohol, acobardados por la miseria, reducidos a cero como valor de la dignidad humana, eran verdaderas piltrafas sociales. Así los quería el patrón para que le consideraran su fuero y le argumentaran su privilegio. Gracias a ellos él disponía la voluntad del juez de paz, del repartidor de agua, del inspector de impuestos, del recaudador fiscal, del tasador para las contribuciones. Gracias a ellos su poderío descendía más allá de las fábricas, donde no era permitido vivir, transitar, reunirse, trabajar, asociarse, enseñar, aprender, si no se contaba con permisos o tolerancia”
Ya consagrado de lleno a la causa socialista, su condición de agudo analista político lo acerca al periódico La Vanguardia. Ocupa el cargo de Secretario de Redacción y posteriormente, entre 1907 y 1908, la dirección del mismo. También fue redactor del semanario Argentina Libre.
En 1909 da a conocer Poemas del campo y de la montaña y La huelga de mayo. En 1910 su comprometida obra Movimiento socialista y obrero, lo acredita para ganar espacio en el partido.
El 14 de mayo de 1910 se produce un hecho conmocionante, a los gritos de “¡Viva la patria!...¡Viva la policía!”, una patota nacionalista incendia y saquea el local del diario La Vanguardia. El operativo fue tan rápido que apenas los redactores del periódico pudieron escapar por los techos que daban sobre la calle Estados Unidos. En rigor, el ataque no era otra cosa que la culminación de una serie de amenazas que se venían produciendo desde el 14 de noviembre de 1909, cuando Simón Radowitzky, un joven de 18 años recién llegado de Rusia, arrojó una bomba de fabricación casera contra el carruaje en el que viajaba el Jefe de Policía, Coronel Ramón Falcón, cuando este regresaba del funeral de otro policía; causándole heridas graves que provocarían su muerte.
Ramón Falcón había sido nombrado Jefe de Policía en 1906, cargaba con la represión de manifestantes sindicales que conmemoraron el 1ro. de Mayo -hecho que acontecía en medio del estado de sitio por los levantamientos radicales-.En 1907 tampoco le temblaría el pulso para “disuadir” a los revoltosos que participaban de la gran huelga de inquilinos y finalmente, en 1909, Falcón fue el principal responsable de la masacre de la “Semana Roja”, en la plaza Lorea, que dejaría una decena de muertos, más de 70 heridos y cerca de 100 detenidos.
La Vanguardia volvería a reaparecer a mitad del año, en pleno estado de sitio, con su conducta combativa.
La lucha por los derechos políticos recién se verá reflejada con la sanción de la ley Sáenz Peña, que impulsaba el voto popular, secreto y obligatorio. A partir de 1912, el Parlamento argentino contaría con destacados representantes. El Partido Socialista lograría ubicar en el Congreso de la Nación a Juan B. Justo, Alfredo Palacios, Nicolás Repetto y a Mario Bravo en la Cámara de Diputados y en el Senado a Enrique Del Valle Iberlucea.


En 1913, Bravo fue elegido Diputado Nacional, en reemplazo de otro parlamentario. Su tarea abarcará dos períodos (1914-1918 y 1918-1922). Su primera actuación revelará una enorme carga social. En la Cámara propuso que los empleados que ganaban menos de 100 pesos tuvieran un aumento. Su preocupación por la mujer lo lleva a presentar varios proyectos. Primero fue el que posteriormente se convirtió en ley, sobre los derechos civiles de la mujer, más tarde, el que derivó en los derechos políticos de la mujer, con fundamentos y jurisprudencia completa. Bravo se ocupó del divorcio, que como era lógico, recibió el ataque de la Iglesia Católica, luego presentó su ponencia sobre el trabajo de la mujer y finalmente su proyecto sobre los niños.
El notable tucumano fue un ardoroso defensor de la Constitución Nacional. Es interesante bucear en las páginas de su libro La Revolución de Ellos (1932) para acercarnos a sus reflexiones.
Estos textos fueron el fruto de su análisis crítico volcado en la columna “Mirador” del diario La Vanguardia.
“La Constitución no es ni buena ni mala. Esto quiere decir, con total evidencia, que la Constitución actúa conforme sea la fuerza mental y moral que la dirige. No es ni buena ni mala, sino en cuanto está en buenas o malas manos”
“Ese es el punto esencial que nos interesa establecer. Debemos librar a la mentalidad popular del profundo error en que caería si creyera que por modificarse la cláusula de la Constitución sobre impuestos o sobre apertura del Congreso o sobre destitución de magistrados, se habría adquirido el grado de capacidad y de cultura cívica indispensable para depurar la democracia y determinar nuevas corrientes en el proceso social del país”.
Tan grave sería este error, como pensar que han de corregirse los errores del pueblo, cercenando sus derechos, limitando la acción de sus libertades, mutilando su personalidad cívica. Se tendrá, con ello, menos pueblo, en cantidad, en calidad, en capacidad. Los vicios intestinos no se habrán corregido y gravitarán en una u otra forma sobre los intereses públicos”
“Con la misma Constitución se ha hecho lo bueno y lo malo”.
“Con esta Constitución, ennoblecida por el esfuerzo de las generaciones más ilustres de la Nación se ha consolidado la paz interior, se ha legislado para los contemporáneos y para la posteridad, se ha asegurado el beneficio de la libertad y la conquista del derecho para todos los hombres del mundo; se ha levantado la escuela y se ha abierto las primeras sendas para la democracia”.
“Con ella se ha hecho el progreso material del país, se ha acrecentado su población, se han hecho navegables sus ríos, se han ofrecido sus puertos, se han multiplicado sus ferrocarriles, se ha trabajado la llanura”.
“Con esta Constitución, y siguiendo su ritmo, ha nacido para el país y se ha traducido en inmensos beneficios morales, ese cuerpo de legislación que reconoce sus derechos a la clase trabajadora, que ha dado a la enseñanza pública sus bases al hacerla gratuita, obligatoria y laica; que ha creado el registro civil, que ha abolido el matrimonio religioso como institución obligatoria; que ha sancionado la ley que reconoce a la mujer sus derechos civiles”.
“Grandes obras se han hecho dentro del vasto campo de sus preceptos”.



Mario Bravo dejó su vida en los pasillos del Parlamento. Durante 23 años trajinó por despachos y secretarías llevando su voz agitada. Toda esta carrera no lo hizo alejar de su verdadera vocación de poeta. En 1918 se presenta con La Ciudad libre y Canciones y Poemas. En 1920 su Canciones de soledad son el mejor ejemplo de su literatura.
Entre 1919 y 1920 es Miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
Transcurre el año 1923 y Mario Bravo da a conocer una serie de cuentos de profunda sensibilidad: Cuentos para los pobres.


Son días tormentosos. El país se sorprende con el asesinato del Coronel Héctor Varela, bautizado el fusilador de la patagonia, por ser el máximo responsable de la represión de obreros en la Patagonia. Un anarquista alemán, Kart Wilkens, fue quien le arrojó una bomba. Wilkens, a su vez, murió en la cárcel, en un enfrentamiento con Pérez Millán Temperley, un militante de derecha que corrió la misma suerte de Wilkens, al poco tiempo también es asesinado.
En Buenos Aires, una voz femenina irrumpe en el escenario teatral: Azucena Maizani comienza una larga y exitosa trayectoria, debuta en el Teatro Nacional cantando Padre Nuestro en el sainete de Alberto Vaccarezza.
Es un año significativo para las letras: aparece Fervor de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges, recién llegado de España y que trae novedades del ultraísmo; El grillo, de Conrado Nalé Roxlo e Historia de arrabal, de Manuel Gálvez. Ricardo Rojas recibe el Gran Premio Nacional de literatura por su Historia de la literatura argentina.
Tres obras significativas transforman a Mario Bravo en un punzante analista de las leyes laborales. Capítulos de la Legislación Obrera (1925), Sociedades Cooperativas (1926) y Derechos Civiles de la Mujer (1927), son un ejemplo de su pluma. En esos textos circulan sus pensamientos sobre el trabajo nocturno, la utilización de menores y mujeres en tareas esclavas, la higiene y seguridad en los lugares de trabajo, el descanso dominical, el impuesto a las herencias, entres otros.




En 1932 es elegido Senador Nacional hasta 1938. En 1939 se dedica nuevamente al periodismo militante, primero en La Vanguardia y luego en el semanario Argentina Libre.
A principios de 1940, a Bravo le ofrecen la candidatura a una tercera senaduría. Desiste: “Llegué al partido siendo abogado y poeta. Tengo el orgullo de mi profesión y soy, inquebrantablemente, un poeta. Quiero vivir de nuevo en la aurora gloriosa de la Belleza y del Arte para encontrarlos, devolviéndolos a la multitud en marcha, como auxilio espiritual, como agua fresca y oportuna para los que caminan sedientos. Quiero tener esa función dentro de la vida social en que me desenvuelvo, pues creo que un movimiento tan complejo, tan vasto y tan múltiple como éste de la emancipación de los trabajadores, le hace falta la idealidad del soñador, tanto como la dialéctica de la ciencia empírica; le hace falta la emoción que eleva, dignifica, ennoblece las acciones, tanto como la acumulación de experiencias cargadas de insensibilidad, en la fría, en la adusta, en la desolada estepa del realismo político.”
En 1942 vuelve al Congreso como diputado por la Capital Federal. En ese período se ocupa de los adultos mayores y de creación de una caja de seguridad para enfermos, desocupados y pensionados.
Cansado, toma una última decisión, legar su notable biblioteca personal a la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Tucumán.
Mario Bravo fue un orador brillante. El público se paraba para aplaudirlo. Una expresión de José Ingenieros lo viste al poeta: “Mientras los libros de poesía de Bravo se exhibían en las librerías de la calle Florida, la policía lo andaba buscando en los barrios para ponerlo preso”.
 En 1944,Alfredo Palacios, en la tumba, así lo despidió:
“En esta hora triste de nuestra nacionalidad, Bravo no está con nosotros, pero lo recordamos con cariño y nos alienta en la lucha, desde la inmortalidad. Al irse para siempre, en plena dictadura de incapaces, pronuncio estas palabras: Cuando presenciamos con angustia el triunfo de la deslealtad, el desdén a la ley y la profanación de la palabra que ha perdido la dignidad de su magisterio, cae abatida la recia personalidad de Mario Bravo que, como Mitre, fue poeta, legislador, tribuno y soldado que luchó por la democracia y sufrió cárcel por imposición de la dictadura. Hermano, noble espíritu fuerte: venimos a despedir tus restos mortales, pero sin derramar una sola lágrima. Sin apocar la voluntad ni encoger el ánimo. Es hora de defender la libertad y nosotros juramos, sobre la losa del sepulcro, defenderla, porque es una exigencia de nuestro destino y vale más que la vida.
Y hemos cumplido nuestra palabra”.