"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

martes, 28 de mayo de 2013


ABANICO LATINOAMERICANO 
MANUEL SCORZA Y EL VUELO DE LA MUERTE



Treinta años atrás la noticia nos sobrecogió a todos. Aún hoy, con enorme tristeza, cuando muchos recordamos el episodio, nos cuesta asimilar que ese puñado de jóvenes intelectuales haya desaparecido por “un error humano”. 

El 27 de noviembre de 1983 es una fecha para no olvidarla. Ese día, en el vuelo regular de la compañía Avianca que cubría la ruta Francfort-Bogotá, la aeronave conocida bajo el código AV.011, sufrió un accidente. La ruta contaba con escalas en París, Madrid y Caracas, antes de llegar a su destino final en Bogotá. El accidente tuvo lugar en la segunda etapa del trayecto comprendido entre París y Madrid, minutos previos al aterrizaje; con un saldo total de 181 víctimas fatales y 11 sobrevivientes. El Boeing 747 que cubría el trayecto entre París y Madrid se estrelló momentos previos a su aterrizaje en el Aeropuerto de Madrid-Barajas, en inmediaciones del municipio Mejorada del Campo, a 12 kilómetros de su destino en fase de aproximación, a las 00:06 GMT (1:06 am hora local).

Permanece esta tragedia como el segundo accidente con mayor número de víctimas fatales en España (tras las 583 del Desastre de Tenerife) y el peor accidente de la aerolínea colombiana Avianca. 




Entre los tripulantes del avión se encontraban Marta Traba, Rosa Sabater, Jorge Ibargüengoitia, Ángel Rama, Manuel Scorza y otras personalidades que fueron invitadas por el gobierno colombiano para asistir al Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana. La investigación del accidente señaló "falla humana" o "error de piloto" como la causa del accidente, debido a irregularidades en la navegación y de coordinación con los tripulantes, resultando en un impacto de vuelo incontrolado contra el terreno.

Dentro de los pasajeros que abordaron el Vuelo 011 de Avianca, viajaban como quedó dicho, los invitados al «Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana» y destacados escritores y críticos de la cultura, convocados por el presidente colombiano de la época . Recordamos: Rosa Sabater, pianista española, galardonada con el Premio Creu de Saint Jordi, poco antes del accidente. Marta Traba, reconocida ensayista y crítica de arte argentina quien se caracterizó por el “arte de la resistencia”. Ángel Rama, escritor y ensayista uruguayo, cónyuge de Marta Traba. Jorge Ibargüengoitía, escritor, ensayista y periodista mejicano y Manuel Scorza, novelista, poeta y editor peruano.

La causa del fallecimiento de las 181 víctimas mortales se debió a los traumatismos múltiples del impacto, al incendio y producción de gases tóxicos, ó a una combinación de ambas. Los sobrevivientes fueron pasajeros que volaron despedidos del avión durante los dos primeros impactos, junto a otros dos ocupantes que escaparon por sus propios medios en la única parte del fuselaje que no colapsó con el volcamiento, antes de que la aeronave comenzara a incendiarse tras el tercer impacto.


Como consecuencia de ese último choque y de la posición invertida en que colisionó con el terreno, quedaron muy disminuidas las posibilidades de supervivencia. Todo ello unido al inmediato incendio, impidió que el número de supervivientes fuese mayor. De los estudios realizados se ha podido comprobar que un 35% de las víctimas murieron por efecto del fuego, un 30% por politraumatismos y el resto por una acción combinada de incapacidad producida por traumatismos y aspiración de gases tóxicos debidos al incendio. Por tratarse de uno de los aviones insignia de la aerolínea en aquella época, la operación de los Boeing 747 de Avianca era responsabilidad de tripulaciones seleccionadas y altamente experimentadas. El avión estaba comandado por el Capitán Tulio Hernández quien llevaba 35 años al servicio de Avianca, acompañado del Primer Oficial, Capitán Eduardo Ramírez y de los Ingenieros de Vuelo Juan Laverde y Daniel Zota. Hasta el momento del accidente, el Capitán Hernández tenía un registro de 23,215 horas de vuelo, 2,432 de ellas en Boeing 747; el Primer Oficial, el Capitán Ramírez, totalizaba 4,384 horas, 875 de ellas en Boeing 747. Se trataba de un vuelo rutinario, por consiguiente conocían los detalles de operación y navegación y cada uno contaba con un registro de despegues y aterrizajes en el aeropuerto madrileño de varias decenas de veces.

Resulta extraño que este accidente no haya tenido al menos un resquicio de duda. Tratándose de pilotos profesionales con antecedentes de primer nivel, la sospecha sobre el desenlace reconocida como “falla humana” es decididamente una excusa. Viene a nuestra memoria, a partir del hecho, un film bastante reciente protagonizado por el actor norteamericano Denzel Washington que, sin ánimo de comparación, se nos presenta como caso testigo.


Tras un aterrizaje de emergencia que permitió salvarse de morir a un centenar de pasajeros, el capitán del avión Whip Whitaker, es agasajado como un héroe nacional. Sin embargo, cuando las autoridades investigaron las causas de la avería se descubrió que, probablemente, fue Whitaker quien en realidad puso en peligro la vida de los pasajeros por su no reconocido alcoholismo.


Con esta trama la película “El vuelo” (“Flight”), en la que Washington recrea la historia real del capitán Robert Piche, que en el año 2001 se convirtió en un héroe al salvar la vida de 306 pasajeros; nos acercamos a la tragedia de esos intelectuales que murieron sumidos en un mar de dudas. Poco después de ese milagro de Robert Pinche, un periodista reveló su vida privada y este sería destituido públicamente con la amenaza de ir a la cárcel con una sentencia de cadena perpetua. Pinche no se consideraba un alcohólico, sino como alguien que, a veces, bebía más de la cuenta.




Según el relato de varios de los sobrevivientes, aquel momento trágico tuvo la rapidez de un rayo, pero varios creen que podría haberse evitado porque la aeronave estaba muy cerca de la tierra. Un descuido fatal en un profesional de ese nivel resulta inaceptable y lleva a la duda sobre sus condiciones físicas  y mentales al momento de las maniobras finales.

Como en muchos de los desastres aéreos, el silencio cubrió con su manto toda sospecha. En algún momento la palabra “atentado” circuló insistentemente porque con la muerte de estos intelectuales se quebraba una corriente progresista que estaba llamada a reivindicar cierta cultura social que no caía en gracia a muchas políticas retrógradas. En este aspecto, la figura de Manuel Scorza, aparecía como la luz renovada de un faro.



Dice David Hidalgo Vega a propósito del hecho: “No tenía manera de saberlo (Manuel Scorza), pero ese serí­a un dí­a de malos presagios climáticos en todo el mundo. Por la mañana, los científicos de la base aeroespacial de Cabo Cañaveral, en Florida, habí­an cancelado el lanzamiento del transbordador Columbia debido a las inminentes lluvias, nubes cerradas y vientos fuertes en esa región. Horas después, latitudes al sur, un temporal se desbarranca sobre la ciudad de Huancayo inundando sus calles principales hasta los 30 centí­metros de altura. Entre ambos signos del mal agüero, otro cataclismo llega de arriba: un avión salía de París­ para perderse segundos antes de aterrizar sobre Madrid. No tenía­ manera de saberlo cuando subió a ese Boeing 747. El narrador que era tomó vuelo hacia una escena final. El poeta que era se embarcó hacia el silencio.”

“De modo que la última semana de noviembre de 1983 empezó en lunes de luto.”,indica la portada de El Comercio -diario de Lima-, en un intento de barnizar de solemnidad la tragedia. El avión de la compañí­a Avianca habí­a caí­do en la localidad de Mejorada del Campo. Los expertos españoles encargados de la investigación dijeron que la nave estaba apenas a 45 segundos de la pista de aterrizaje, a menos de 1000 pies de altura, cuando perdió el rumbo. El tren de aterrizaje chocó con una loma cercana a la pista. Allí­ empezó a desintegrarse. "El aparato sufrió un segundo impacto con una loma y en un tercer golpe se estrelló en forma aparatosa, cayendo de morro y dando una vuelta sobre sí­ mismo para desplomarse con el tren de aterrizaje para arriba", detalló un sobrecogedor cable español.”


“El vuelo habí­a tenido una demora técnica en Francfort. "Manuel Scorza, a quien la crítica literaria califica como la conciencia campesina del Perú”, subió a la fatí­dica aeronave en el aeropuerto de Parí­s, para dirigirse a Bogotá, a un congreso de intelectuales españoles de la llamada 'generación del 27', informó este diario. En la misma ruta iban otros tres escritores: una argentina que habí­a ganado prestigio como crí­tica de arte en Colombia, un uruguayo que habí­a vivido exiliado en Estados Unidos, y un humorista mexicano que llevaba años en Europa. El Primer Encuentro Hispanoamericano de la Cultura tendrí­a un velo de luto continental. Paradoja gris para el peruano que muchos años atrás había escrito: "América / no puedo escribir tu nombre sin morirme. / Aunque aprendí­ de niño, no me salen derechos los renglones; / a cada sílaba tropiezo con cadáveres". ("Las imprecaciones", 1955).”

“El dí­a anterior, Scorza habí­a llamado por teléfono a sus hijos desde Parí­s para confirmarles que el encuentro colombiano era una escala previa a sus intenciones de pasar la Navidad en Lima. "Indaga por viejos amigos, se interesa por los resultados de la reciente justa electoral", reconstruye este diario gracias a los allegados del escritor. Su aliento curtido de exilios no debí­a estar insensible a la llegada de la izquierda a la Alcaldía de Lima.”

“Scorza, el investigador social, el novelista de los dramas del campo, tení­a el pulso anclado a la realidad. Lo había anunciado en tempranos versos consagrados: "Tal vez mañana los poetas pregunten / por que nuestros poemas / eran largas avenidas / por donde vení­a la ardiente calera. / Yo respondo: / por todas partes ol­amos el llanto, / por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras" ("Epí­stola de los poetas que vendrán"). Lo había­ dicho luego en la madurez de narrador con "Redoble por Rancas", esa historia de lucha indí­gena contra la opresión de su tiempo. Una novela que causa la liberación de un hombre y la inmortalidad de un pueblo.”

“"Sabía que tení­a apuntes sobre una novela", llega a decir su ex esposa, Lidia Hoyle, entre los respiros que le daba la conmoción. En realidad el accidente hizo póstumas varias obras más -que serían tan apreciadas o criticadas como su creación en vida-. El ambiente literario estaba igual de desolado. "Scorza decía que toda muerte es una irrupcción. Quizá resulte ahora muy claro porque a pesar de una larga y exitosa producción, parecía haber una nueva etapa creadora", dijo a El Comercio el historiador Pablo Macera tras enterarse de la desgracia. El propio presidente Fernando Belaunde se declaró afectado. "La literatura peruana pierde a una gran figura", marcó sobre la desaparición del autor, a quien reconocer­á también como un digno adversario polí­tico. "Tení­a mucho camino por recorrer y la noticia de su muerte me ha conmovido profundamente".”

“Los restos del escritor,recogidos por sus hijos, fueron velados en la Casona de San Marcos. El Comercio anunció que el sepelio se perfilaba abrumador. Ese dí­a, lunes 5 de diciembre, el féretro fue cargado en hombros por miembros del partido polí­tico al que habí­a pertenecido. "Por toda la avenida Abancay fue objeto de aplausos y vivas de sus partidarios", relata este diario. En el cortejo habí­a congresistas, alcaldes, escritores, estudiantes. Habí­a representantes de las instituciones culturales y admiradores comunes. Un lamento unánime.”

Un representante de San Marcos dijo que habí­a sido hijo predilecto de esa casa de estudios. El poeta Washington Delgado rescata su lugar en la mí­tica generación del 50. Un representante del colegio de periodistas dijo que su obra había resucitado la novela indigenista. Una representante de su partido dijo que habí­a sido un político antes que literato. "Scorza fue el cantor épico de los olvidados", apunta el entonces senador Enrique Bernales. "Vivía escribiendo y combatiendo", resumía el poeta César Calvo. Un verso del difunto parecí­a propicio: “Íbamos a morir toda la muerte juntos". Solo el accidente lo empujó adelante.”

Manuel Scorza condenó su pluma al escoger como principio vital de la misma la defensa de la causa indígena en el Perú. Y afirmamos condenó, porque la literatura política indigenista ha sido concebida por el mundo cultural como una literatura marginal. Difícil que el espíritu burgués y cosmopolita de nuestros escritores se fijara con respeto en una literatura que defendía una causa perdida y ajena.




Pero Scorza escribía por compromiso ético. No era el ansia de laureles lo que lo impelía a escribir, lo impulsaba la absoluta seguridad de que su literatura aportaba sustancialmente a la causa del campesinado indígena. El móvil de la literatura de Scorza fue la defensa de la identidad y los derechos de su pueblo. Pero, demostrar que la literatura de Scorza es una literatura políticamente comprometida con la causa de las comunidades indígenas del Perú no aporta nada a la crítica que existe sobre ella, pues este compromiso define su estética y su vida. Lo que sí es importante es mostrar los múltiples mecanismos a través de los cuales Scorza comprometió su literatura y buscó comprometer al lector con la causa indígena.

“En mis cinco libros -expresa el autor- hay una marcha hacia la conciencia, El primero, Redoble por Rancas, es la lucha de un hombre solitario. Garabombo, el invisible es la batalla de un hombre que trabaja ya con la colectividad, pero invisible, no visto. El jinete insomne es un hombre que vive en la derrota, que vive una terrible catástrofe y que al fracasar se repliega al pasado. Busca la memoria. Este es el hombre que no envejece nunca y a través de todas las generaciones está inmóvil, porque recuerda todo. El cantar de Agapito Robles es un libro donde reempieza la danza, la lucha, y todos estos personajes han ido despertando (…), avanzan hacia la conciencia y despiertan en La tumba del relámpago,(…) donde se dan cuenta de que nunca han sido personajes libres porque han sido tejidos por la mano incesante y fatídica de doña Nada, es decir, de la fatalidad”




Vals verde

No viajaremos a extrañas islas
a países de cabellera incandescente.

No partiremos,
no saldremos de la ciudad ululante.

Bajo los árboles vertiginosos del crepúsculo
vestidos de viudos, hemos de vernos.

En las estepas de los gentíos
me verás, te veré, nos veremos.

Y me dirás: “hace frío” en invierno,
y te diré: “hace calor” en verano.

Y alrededor de nosotros
los recuerdos de pico ensangrentado.

Las hélices amarillas del otoño
degollando pájaros inocentes.

Cierta tarde -cualquier tarde-
en una esquina nos desconoceremos.

Y por calles diferentes
a la vejez nos iremos.


Serenata

Íbamos a vivir toda la vida juntos.
Íbamos a morir toda la muerte juntos.
Adiós.
No sé si sabes lo que quiere decir adiós.
Adiós quiere decir ya no mirarse nunca.
Vivir entre otras gentes
Reírse de otras cosas,
Morirse de otras penas.
Adiós es separarse, ¿entiendes?, separarse,
Olvidarlo, como traje inútil, la juventud.
¡Íbamos  a hacer tantas cosas juntos!
Ahora tenemos otras citas.
Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes.
La lluvia que te moja me deja seco a mí.
Está bien: adiós.
Contra el viento el poeta nada puede.
A la hora en que parten los adioses.
El poeta sólo puede pedirle a las golondrinas
Que vuelen sin cesar sobre tu sueño.


Voy a las batallas sed felices para que yo no muera

América,
aquí te dejo.
Me voy a las batallas.
Luchar es más hermoso que cantar.
Yo te digo,
a pesar del dolor,
a pesar de las patrias derrumbadas,
ama a los gorriones.
Yo sé que es difícil
hallar entre las tumbas un lugar para la risa.
Yo mismo, a veces, caigo,
y el viento
levanta mi cara como una alfombra rota,
pero aun en las celdas,
bajo la lluvia,
yo no perdí la fe.

Amigos,
aunque os golpeen,
jamás perdáis la fe;
aunque vengan días sucios,
jamás perdáis la fe,
aunque yo mismo os ruegue de rodillas,
no me creáis,
amad la vida,
¡guardad rocío
para que las flores
no padezcan las noches canallas que vendrán!

Sed felices, os ruego,
salid de los cuartos sombríos,
sed felices para que yo no muera.
Yo no escribí estos cantos
para dar espuma a las muchachas.
Yo canté porque los dolores
ya no cabían en mi boca:
yo siempre estuve aquí
peleando con mastines de pavorosa nieve;
conozco todas las caras,
he visto a los deudores tratando
de meterse en sus zapatos cada amanecer.
¿Dónde no estuve?
¿En qué pantano no bebí?
¿a qué pozo no rodé?

Ay, a mi alma caían las cáscaras
que amargas cocineras pelaban.
Amigos: en mi corazón jamás reinó silencio,
yo oí todas las voces,
escuché a las sábanas quejarse,
supe cuando las criadas escribían cartas de tristeza,
y cuando no llegó a tiempo el único pie del cojo,
y canté, América, los dolores,
y recliné en ti mi cabeza.
Más ahora digo:
degollad la tristeza,
cantad frente al mar.
Dadme la mano, amigos.
Amo la tierra flaca
que me siguió cojeando a los destierros.
No quise confesarlo antes.
Era difícil,
me ahogaba el esqueleto,
el aire me dolía,
la voz me llagaba
pero ahora te amo.
no soy herrero,
ni jinete, ni sembrador.
Yo sólo sé cantar, pero te amo;
¡también la aurora se construye con canciones!

Amigos,
os encargo reir!
Amad a las muchachas,
cuidad a los jazmines,
preservad al gorrión.
No me busquen amargos en la noche:
yo espero cantando la mañana.

Un gran viento se levanta.
Hay demasiado dolor.
Un gran viento se levanta.
He visto arder extraños ríos.
Un gran viento se levanta,
preparad la hoguera,
preparaos.

Aquí dejo mi poesía
para que los desdichados se laven la cara.
Buscadme cuando amanezca.
Entre la hierba estoy cantando.


Oscar Wilson Osorio desmenuza la literatura scorziana de manera notable. Su profundo análisis nos permite llegar a la raíz misma del intrincado mundo donde los personajes juegan un papel fundamental. Nos permitimos tomar algunos párrafos de su extenso ensayo:
En cada una de las cinco novelas hay un sujeto sobre el que recae principalmente la responsabilidad del compromiso heroico, y que se define, a excepción de la última novela, por su condición sobrenatural: en Redoble por Rancas, Héctor Chacón (el nictálope); en Garabombo el Invisible, Fermín Espinoza (el invisible); en El Jinete Insomne, Raymundo Herrera (el insomne); en El Cantar de Agapito Robles, Agapito Robles (el mutable); en La Tumba del Relámpago, Genaro Ledesma.

Estos héroes se configuran en función de la oposición al poder del gamonalismo. Confrontación que se da en dos  dimensiones: en su accionar y en su caracterización.

Sobre la primera, baste decir que toda la vida de los héroes se configura en función de esta oposición: el héroe casi no hace nada distinto de buscar la destrucción del opresor para dignificar a la comunidad. De ahí que su vida privada es casi imperceptible, y sus conflictos sean los de la comunidad (la primera categoría del héroe de que hablaba Lukacs en su Teoría de la novela).

Es la segunda dimensión de este esquema de oposición la que va a evidenciar con más claridad el soporte ideológico que define la construcción del héroe. El héroe de la primera novela, Héctor Chacón, aparece dotado de una condición maravillosa: la nictalopía. Condición que tiene como propósito único facilitar la acción de Chacón contra el Juez Montenegro (Encarnación máxima del poder gamonalista). Su nictalopía le facilita el desplazamiento en medio de la más espesa oscuridad, lo que le permite organizar la lucha, huir de los heraldos nefastos de Montenegro, etc. En esta novela el héroe es acompañado de otros dos héroes prominentes, que también están investidos de poderes especiales: el Ladrón de Caballos y su conocimiento del lenguaje caballuno; y el Abigeo, de sueños premonitorios. Estos héroes también ponen sus poderes al servicio de la oposición al poder, su función en el texto es ayudar a desarrollar el programa narrativo del héroe:
El doctor Montenegro vivía vigilado por los fusiles de La Benemérita Guardia Civil y la desconfianza de cuatrocientos compadres. ¿Podían vencerlo cinco hombres? Así hablan las lenguas largas. Hablan por hablar. Efectivamente, eran cinco varones contra cuatrocientos armados, pero eran cinco machos especiales.

Para principiar, Héctor Chacón, el Nictálope, veía igual de día que de noche; sus ojos distinguían lo mismo la oscuridad que la claridad. ¿A qué trampas podía arrastrar a la Guardia Civil? El Ladrón de Caballos y el Abigeo taimadamente organizaban una reunión de equinos en Yanahuanca (Redoble por Rancas). 
El héroe de la segunda novela, Fermín Espinoza (Garabombo), también sufre de una enfermedad maravillosa: la invisibilidad. Esta condición especial del héroe no sólo está al servicio de la lucha (Como la de Héctor Chacón), sino que encarna la enfermedad de su pueblo: la cobardía. Garabombo  es invisible para todos aquellos que están del lado de los hacendados, de los opresores, pero es visible para los oprimidos que se rebelan. Garabombo se hace visible  a los opresores cuando reclama, cuando el pueblo se puebla de valor, cuando lucha:
¡Lo veían! La multitud exhaló algo tramado por el alivio, el regocijo y la angustia. ¡Lo veían! Garabombo cumplía su promesa: era visible. ¡Nadie los derrotaría! 'Ni herbolarios ni brujos me curarán. ¡El día que ustedes sean valientes me curaré! ¡El día que comande la caballería comunal!' Una certidumbre más poderosa que los roquedales los irguió» (Garabombo el Invisible).

La invisibilidad de Garabombo es el resultado del silencio, de la cobardía, de la inacción de la comunidad. Y su cura ocurre cuando los comuneros exigen sus derechos. Es decir, sólo el día en que el pueblo indígena se levanta y lucha por sus tierras, sólo el día que se sobrepone a su cobardía y enhiesta corajudo la bandera de sus derechos, sólo el día que recupera su dignidad es escuchado, se hace visible a los ojos de los opresores. Garabombo es pues la metáfora del problema indígena en el Perú: su inexistencia para el gobierno y la sociedad dominante.

Con Raymundo Herrera (el insomne) ocurre lo mismo que con Garabombo, su condición maravillosa no sólo está al servicio de la acción del héroe contra los opresores sino que encarna el problema del indio; pero con Raymundo este efecto simbólico de la enfermedad es más denso y fundamental. Cuando son arrebatadas las tierras de la comunidad en el año de 1705, se detiene el tiempo para Raymundo Herrera (tenía 63 años) y contrae la enfermedad del insomnio, de la que sólo se cura el día que su comunidad se decide a luchar, 257 años después. El jinete insomne es un fantasma extraordinario, cuya razón de ser es increpar a la comunidad, es una sombra que deambula en su caballo incitando a la lucha, organizando a la comunidad, recordándoles su pasada dignidad de pueblo soberano y su presente indignidad de pueblo desposeído. El día que se trazan los planos de la comunidad, se rescatan los títulos de la tierra y el pueblo inicia su lucha contra los terratenientes, Raymundo Herrera recupera el sueño, y muere:

No sólo el antiguo Chapihuaranga se volvió rojo. Los Requis me dicen que el día del entierro de don Raymundo Herrera, las corrientes se tiñeron en las alturas. El suegro de los Guadalupe cuenta que por su rumbo, cerca de la cordillera Culebra, además de teñirse, los ríos se encabritaron. 'Magdaleno, yo no estaba bebido. Te juro que vi al río Culebra arrodillarse. Se prosternó e intentó regresar a su nacimiento. ¿Ves como corre ahora para acá? Pues durante tres días quiso correr hacia allá, hacia el cerro Wayracóndor» (El Jinete Insomne).

El jinete insomne nace de la usurpación y muere en la recuperación: la vida del jinete es igual a la vida de la comunidad desposeída, él es la memoria del abuso. Su enfermedad es la enfermedad de la raza incaica: su expulsión de la historia. El pueblo indígena desposeído es un pueblo sin historia, «[los indios] fueron expulsados de ella por la fuerza de las armas». La muerte de Raymundo Herrera es el reencuentro de la comunidad con la historia.

Al contrario de los héroes de las tres novelas anteriores, el héroe de la cuarta novela, Agapito Robles (el mutable) no sufre de una enfermedad maravillosa. El poder de transmutarse es una invención de una bruja de la comunidad:

Agapito palideció. Las autoridades políticas de Yanahuanca, incapaces de capturar al personero, habían acabado por admitir lo que divulgaba Victoria de Racre: que Agapito Robles había recibido autorización para convertirse en puma.

Un delator había revelado al juez que, acabando una sesión, para demostrar su poderío, Agapito Robles se había convertido en puma» (El Cantar de Agapito Robles).

Agapito Robles no se va a curar el día de la reivindicación de la comunidad, el día que tomen posesión de la tierra; su condición especial, su poder de transmutarse en puma, es una invención, una estrategia de lucha. Nos enfrentamos entonces a un héroe distinto del héroe mítico de las tres novelas anteriores. En El Cantar de Agapito Robles, el héroe desciende del plano mítico a la leyenda. Pero esta  inventada condición especial, al igual que las enfermedades maravillosas de los otros héroes, tiene su razón de ser en la oposición al poder: es este atributo de la transmutabilidad el que le permite a Agapito escurrirse por todos los rincones y organizar la lucha contra los terratenientes. Es decir, cambia la caracterización del héroe pero se mantiene el mismo funcionamiento textual. Y, Junto con este cambio en la caracterización del héroe, aparece un cambio en la percepción del problema del indio: Agapito Robles no reclama las tierras, no busca que las autoridades le restituyan sus derechos, su decisión es tomar por la fuerza las tierras usurpadas. Agapito no encarna la situación de la raza indígena, sino la voluntad y la acción de la dignificación, ya no representa el silencio sino el grito, no la cobardía sino la valentía, no la sumisión sino la lucha. Ya no reclama como los héroes precedentes, recupera;  ya no pide justicia, la impone:

Doscientos cincuenta y siete años Yanacocha había reclamado, suplicado, gestionado, esperado, conminado que se le hiciera justicia. Alto de claridad, Agapito comprendió: ¡Yanacocha se había equivocado! El título por el que se inmolaron tantas generaciones, era sólo papel apagado. Despidiéndose, el Título hablaba por última vez: toda reclamación es insensata. Yanacocha sólo recuperaría su país por la fuerza. El día atravesó su corazón. Y Agapito decidió que Yanacocha no imploraría nunca más» (El Cantar de Agapito Robles).

Hay pues un cambio en la condición del héroe y un cambio en su concepción del problema de la comunidad. Ya no se trata de que los vean sino de que sientan el poder de la comunidad erguida.
El héroe de Tumba del Relámpago es un héroe distinto de los cuatro héroes anteriores: no pertenece a la comunidad, ni sufre ninguna enfermedad maravillosa. Sin embargo, tiene el poder de organizar a todas las comunidades para la protesta. Ya no se trata de una comunidad reclamando unas cuantas hectáreas de tierra, se trata de las comunidades indígenas unidas para recuperar la tierra usurpada; estas comunidades tienen cada una su propio héroe, y todos ellos esperan las órdenes de Genaro Ledesma.


                                      


Ledesma es un abogado de pueblo que sigue con fervor las ideas del socialismo americanista de Mariátegui, lector apasionado de César Vallejo y amigo de Manuel Scorza (el escritor peruano). Para él es claro que el problema del indio es el problema de la tenencia de la tierra, es el gamonalismo el que tiene condenadas a las comunidades indígenas. Siguiendo las ideas de Mariátegui, Ledesma concluye que mientras se mantenga el esquema socioeconómico del latifundio (además enfeudado a capitales extranjeros), las comunidades indígenas nunca obtendrán justicia. Por eso acepta dirigir a las comunidades, pero se da cuenta de que éstas no están preparadas para una lucha armada, de que el problema del indio es un problema nacional e internacional, y de que se necesita el concurso de toda la sociedad peruana para enfrentarlo: si el problema del indio es el latifundio, y el Perú mantiene una economía agraria feudal manipulada por intereses extranjeros, no es una mal equipada comunidad indígena enfrentada a todas las fuerzas del estado la que lo va a resolver. Al final Ledesma entiende que el único resultado posible es el fracaso y una masacre campesina más:


—De todas maneras nos van a matar. ¡Debemos morir matando! —insistió Roque.

—No se trata ni de matar ni de morir. Se trata de vivir para tomar el poder.

—¡Genaro...!

—¡Dije que no, carajo! Antes de enviar gente a la muerte, con uniforme o sin uniforme, prefiero que me fusilen. ¡Prefiero morir inocente y no vivir culpable! (La Tumba del Relámpago).

Si hacemos un análisis más profundo de cada uno de estos cinco héroes  encontraremos en sus funcionamientos textuales la clave ideológica que rige la construcción de mundo en la novelística de Scorza. Ya hemos dicho que el héroe, tanto por su configuración como por su recorrido narrativo, se define en su oposición al poder terrateniente. Ahora bien,  los héroes de las primeras tres novelas sufren enfermedades maravillosas que encarnan la cobardía, el despojo y la vergüenza de la raza incaica; los héroes principales de las otras dos novelas se construyen de manera distinta: la transmutabilidad de Agapito Robles es un invento, no tiene un carácter de verdad, y Genaro Ledesma no está investido de ningún poder maravilloso. Vemos entonces cómo los tres primeros héroes se configuran en el mito, el cuarto en la leyenda y el último en el plano histórico. Otra característica común es que el héroe siempre fracasa en su empeño y este fracaso se resuelve siempre en una masacre de la comunidad a manos de las fuerzas al servicio del poder terrateniente: hay pues un mismo esquema rigiendo la construcción y el accionar del héroe:


Indudablemente estamos asistiendo a un abandono paulatino del mundo mítico para entrar en el mundo histórico. Es decir, aparte del recorrido narrativo del héroe particular de cada una de las novelas, tenemos otro recorrido narrativo: el del héroe como construcción textual de toda la pentalogía, que desciende del mundo mítico al mundo histórico. Y es en este segundo recorrido narrativo o supra-recorrido donde está la clave ideológica del texto. El desasimiento del mundo mítico y aferramiento al mundo histórico encarnan un cambio de perspectiva en el entendimiento del problema del indígena: de entender éste como un problema cultural (al estilo del indigenismo tradicional) a entenderlo como un problema fundamentalmente socioeconómico, fundamentado en el régimen de distribución y explotación de la tierra. Este es el llamado neoindigenismo de Manuel Scorza (aunque él no aceptara esta denominación). Pero bien, la acción heroica, tanto del héroe mítico como del héroe histórico, termina en el fracaso y en una masacre más de indígenas. ¿Acaso la lucha comunera está condenada al fracaso, no importa la perspectiva ideológica desde la que se conciba? La acción heroica claramente nos dice que sí.

Nicolás Brando, por su parte,  analiza al escritor  desde la perspectiva indigenista: Antes de comentar el “indigenismo” en Redoble por Rancas, me parece apropiado dejar claro qué pensaba Manuel Scorza de la literatura indigenista y cómo veía a su obra en comparación con este subgénero literario. Él estaba en contra de que su literatura fuese categorizada como indigenista. Veía ese término como una manera racista de abordar el tema y precisamente lo que él quería era abolir esa división arbitraria entre el blanco y el indígena. No estaba de acuerdo con que se le afiliara a ese movimiento porque la literatura indigenista mostraba una imagen peyorativa del indígena: lo retrataba como a un ser inferior, sin raciocinio, sin sueños, sin fuerza y sin personalidad. Y lo que buscaba Scorza en sus obras era absolutamente lo contrario: crear una imagen realista del indio; alejarse de esa visión sesgada del indígena como un animal que debía ser domesticado y mostrarlo como el ser humano que era verdaderamente, con todas sus facultades y sus defectos. Dar a conocer a un indio que ya no era silencioso y domable; que ya no era mentalmente inferior a ninguna otra raza; que tenía sus derechos y sus deberes por ser parte de una sociedad y que estaba dispuesto a luchar hasta la muerte por que se cumplieran esos derechos.


                                                

Scorza se dio cuenta de que mostrando a un indio débil, sin opinión y sin fuerzas era una manera equivocada de tratar el tema. Creando indígenas ficticios, que se acomodaran a la antigua forma de percibirlos, generaría a su vez soluciones ficticias. Y el indio no era en realidad ese pobre e indefenso animalito que retrataba la literatura indigenista: el indio era un ser humano como cualquier otro y la única manera de conseguir soluciones reales al problema del indio era retratándolo como era verdaderamente. Quería hacer un retrato de los problemas que aquejaban al indio de la realidad. No quería que se apiadaran de él por ser inferior; sin posibilidades de pensar en nada ni de luchar por nada, ya que ese no era el verdadero indio; lo que buscaba era concientizar al mundo entero de que existían seres humanos iguales al resto, con mente y sentimientos, que estaban sufriendo las injusticias cometidas por un pueblo más poderoso. Su meta era denunciar el mal manejo del poder y de la fuerza por parte del capitalismo yankee y su influencia en las clases altas del tercer mundo, buscando devolverles sus derechos a los pueblos oprimidos. No necesariamente indígenas; era una crítica contra toda imposición capitalista sobre pueblos más débiles.
Pero Scorza no sólo cambió la antigua visión del “indigenismo”: además de abordar el tema del indio desde una perspectiva diferente, aprovechó las nuevas estructuras narrativas para cambiar no sólo el contenido, sino también la forma. En Redoble por Rancas se puede ver claramente la influencia que tuvo el realismo mágico en Scorza. El uso de la magia de Carpentier y la estructura del Macondo de García Márquez debieron ser fundamentales para el desarrollo de su obra. Intenta mostrar más que la simple existencia física del indio; retrata a su vez la importancia que tienen los mitos, las tradiciones y la magia en la vida del indígena. La obra entera está plagada de esa aura mítica. El Ladrón de Caballos que se entera del futuro por medio de los animales; Abigeo que ve el destino en los sueños; Héctor, el Nictálope, quien puede ver lo mismo en la noche que en el día; y todas las tradiciones típicas quechuas para conocer el futuro: la hoja de coca, los granos de maíz y, en general, la lectura de todos los sucesos de la naturaleza en busca de respuestas.
El indio de Scorza tiene una mente que no sólo funciona racionalmente, sino también con un fuerte sentido religioso. Ellos creen en fuerzas superiores al ser humano; mitifican y divinizan todo lo que sucede. Las desgracias que caen sobre los ciudadanos de los pueblos afectados en la obra no son, para muchos, actos humanos, sino poderes superiores contra los cuales no hay posibilidad de lucha. Y no es que atribuyan sus desgracias sólo a la ira del Dios padre, sino además divinizan a los seres humanos, los convierten en una especie de dioses omnipotentes contra los cuales no pueden pelear. El doctor juez Montenegro es uno de esos ejemplos de mitificación del hombre: para los campesinos de la novela, el “traje negro” es más que un hombre: es un ser superior que tiene el poder absoluto sobre sus vidas y sobre sus destinos; él los maneja a su gusto y todo lo que él diga, haga o deje de decir y hacer es visto como una orden sobrenatural que no puede ser refutada. En toda la obra se puede vislumbrar fácilmente esta omnipotencia del juez. Desde el primer capítulo en el que el “traje negro” deja caer una moneda, la cual nadie se atreva a tocar por ser del doctor, hasta la carrera de caballos o la rifa de las ovejas australianas. Él es intocable para los campesinos y no sólo por el gran poder que le ha dado el gobierno, sino por la mitificación que ha hecho el pueblo de él.
El otro caso de mitificación importante que se ve en la obra de Scorza es el Cerco: representante de la invasión yankee en las tierras peruanas. Este alambrado, el cual encierra las tierras invadidas por la “Cerro de Pasco Corporation” es mucho más que simples palos y alambres que separan la tierra libre de la tierra usurpada: para la comunidad, el Cerco tiene vida. Nació y crece y come y crece y crece sin parar. No son humanos los que le han quitado la tierra a los indígenas, no son personas comunes y corrientes quienes poco a poco invaden las tierras de la comunidad: es el Cerco. Esta especie de gusano gigante es quien se va tragando las tierras, los montes, las lagunas y los pueblos. Es una creación extraña de la naturaleza que no tiene fin. Come todo lo que se encuentra a su paso y crece sin posibilidad de que deje de hacerlo jamás. Es omnipotente; lo cuidan centinelas que no permiten que se le haga daño para que pueda seguir tragándose el mundo entero sin obstáculo que logre detenerlo.


El indigenismo tratado en Redoble por Rancas es básicamente la unión de la triste realidad que tiene que sufrir la comunidad indígena en Perú, unida al mundo mágico y místico que llevan estos quechuas en su cultura y en sus tradiciones. Scorza busca mostrar a una comunidad indígena fuerte, con ideales, con sentimientos y con pasado, la cual no se merece el suplicio por el cual le hace pasar el gobierno peruano y el imperialismo capitalista yankee. Busca concientizar al mundo de que existen personas de carne y hueso que tienen los mismos derechos de cualquier otro; que están siendo reprimidas y maltratadas por el poder y la ambición de los más fuertes y por el olvido en el que las ha dejado una sociedad que ya no se preocupa por ellas.

Amalia Iniesta Cámera reafirma esta posición y advierte que el problema fundamental del Perú es el indio y su relación con la tierra. “El pecado original de la actual sociedad peruana es haberse formado sin el indio y contra el indio. Por ello, la nueva generación a la que pertenece y a la  que  dirige sus escritos se ha propuesto el debate de los tópicos del nacionalismo para bosquejar luego un programa de estudios sociales y económicos.”

La huella que deja Manuel Scorza tiene al presente enorme vigencia a partir de una renovada consideración de la realidad de los pueblos originarios. Latinoamérica es un continente con profundas contradicciones y diferencias que  lucha contra un sistema de exclusión y privilegios garantizados. Sería tema de mayor amplitud buscar las razones que desmerecen la integralidad y la reclasificación de los modelos sociales que están en juego en una América descarnada y maltratada. Las comunidades, a pesar del desamparo, continúan transitando por un camino de cornisa, casi al límite del precipicio, tratando de encontrar esas huellas que le son naturales pero que están obturadas por políticas discriminatorias de carácter feudal.
Manuel Scorza sigue vivo, al menos, para los verdaderos dueños de la tierra.   


MANUEL SCORZA TORRES


Manuel Scorza nació el 9 de septiembre de 1928 en Lima. Estudió en el Colegio Militar Leoncio Prado y en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde  comenzó una etapa de febril actividad política que le obligó a partir hacia el exilio,  tras el golpe de estado del general Odría y la implantación de la dictadura. Se estableció en París donde fue lector de español en la Escuela Normal Superior de Saint-Cloud.

Su primer poemario, Las imprecaciones, fue publicado en 1955. Tras la caída de la dictadura pudo volver a Perú.

Se dedicó a intentar que la literatura llegara al pueblo a través del Primer Festival del Libro en el que se hizo con una selección de autores clásicos americanos. Se trataba de editar a bajo precio

Su primera novela, Redoble por Rancas (1970), forma parte de un ciclo denominado "La balada", "las Cantatas" o "La guerra silenciosa", donde, desde una óptica eminentemente poética que fusiona mitos ancestrales e historia. Las demás novelas que componen este ciclo, Historia de Garabombo el Invisible (1972), El jinete insomne (1977), Cantar de Agapito Robles (1977) y La tumba del relámpago (1979), continúan uniendo el realismo social a la fantasía poética.

En 1968 tuvo que abandonar de nuevo el país a raíz de su implicación en las luchas indigenistas campesinas.

En 1983 apareció  la que se convertiría en su última novela, La danza inmóvil.

Murió trágicamente el 28 de noviembre al estrellarse el avión en que viajaba en las inmediaciones de Madrid.


BIBLIOGRAFÍA

Las Imprecaciones (1955)
Los adioses (1959)
Desengaños del mago (1961)
Réquiem para un gentil hombre (1962)
Poesía amorosa (1963)
El vals de los reptiles (1970)
Poesía incompleta (1970)
Ciclo de novelas "La Guerra Silenciosa":
Redoble por Rancas (1970)
Historia de Garabombo el Invisible (1972)
El jinete insomne (1977)
Cantar de Agapito Robles (1977)
La tumba del relámpago (1979)
La danza inmóvil (1983)

PREMIOS:

Juegos Florales de la Universidad Nacional de México
Premio Nacional de Poesía Peruana (1956)