"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

viernes, 26 de junio de 2015

NICOLÁS OLIVARI: UN GATO ESCALDADO






 Hace unos años, Juan Sasturain recordaba a Nicolás Olivari (1900-1966), con una colorida crónica publicada en Página 12:

Olivari, el blues porteño

 Justo había empezado a leer a Nicolás Olivari, cuando se murió. Recién caído en Buenos Aires y en la facultad, entre Illia y Onganía, yo era un pibe, tenía veintiún años, y él los últimos sesenta y seis que yo tengo ahora. Lo había descubierto en una edición de La musa de la mala pata de Editorial Deucalión, una colección dedicada a Boedo y Florida donde encontré al otro Tuñón, Enrique, con Camas desde un peso. Después leí El gato escaldado que rescató el Centro Editor, con aquel prólogo programático y provocador que es el equivalente, para la poesía, de lo que fue entonces, para la narrativa, la incitación pugilística arltiana, la tan citada del cross a la mandíbula.

 Es obvio que no se leía a Olivari en el ámbito académico, por decirlo así. El veterano Julio Caillet Bois, que teníamos de profesor, no lo incluyó –ni a él ni a Tuñón: Raúl, en este caso – en una antología, preparada para Eudeba, de poetas del primer tercio del siglo XX. Parece mentira.

 Pero no, era así. El viejito de pelo blanco, amable y sereno, que aparecía en la contratapa de su libro póstumo de crónicas porteñas, no había sido nunca un escritor cómodo, accesible, compartible sin salvedades. Y mucho menos de muchacho, cuando encarnó lo más saludablemente corrosivo de la vanguardia poética. Así, Olivari, creador múltiple –ya que escribió también cuentos, alguna novela, teatro y radioteatro, crónicas, películas, un tango famoso que grabó Gardel: “La Violeta”–, ha sido un autor temible y temido, difícil de clasificar y sobre todo de manipular críticamente.

 Recuerdo que hacia comienzos de los ’70 preparé una antología que nadie me pidió antes, ni publicó después, con un prólogo pretencioso –que he saludablemente perdido – y que por entonces poco era lo que había para leer sobre él: un libro extraño del erudito Bernardo Ezequiel Koremblit: Nicolás Olivari, poeta unicaule (sic), comentarios de Martín Alberto Boneo y –más cerca– una hermosa nota evocativa, un retrato del Olivari final que hizo Paco Urondo, creo que en la primera etapa de La Opinión. Poco más. Al poeta y a los poemas –digo– no había donde leerlos.


 La República de Boedo, nota de Juan José de Soiza Reilly en la revista Caras y Caretas Nº 1671 del 11 de octubre de 1931. Clic para descargar.

 Recién hace unos años, cuando El Octavo Loco, con la perspicaz mirada crítica de Ojeda y Carbone, volvió a editarlo en prosa y verso, tras el rescate que significó la re-aparición de El hombre de la baraja y la puñalada en Adriana Hidalgo, el lector pudo volver a encontrarse con “La costurerita que dio aquel mal paso” –un soneto como el de Carriego, pero arrasado de ironía–, “Nuestra vida en folletín”, “Antiguo almacén A la ciudad de Génova” y otras extrañas maravillas, inevitables en la más exigente antología de nuestra poesía contemporánea.

 Esa edición cuidada y fervorosa de sus tres primeros libros de poesía, escritos, como los de Borges, a lo largo de aquella década del ‘20 prodigiosa para la lírica argentina, incluye poemas desparejos en calidad, pero uniformados por un inconfundible y poderoso aliento. Es que La amada infiel (1924), La musa de la mala pata (1926) y El gato escaldado (1929) se leen como un único y originalísimo texto poético que no se parece a nada coetáneo. Porque si bien Olivari pertenece a una generación, a una ciudad y a una condición social precisas –que él subraya a menudo–, puesto a escribir rompe con todo, se va de cauce y de causa, patea intencionadamente el tablero. Incluso para el lector que entra sin aviso ni vacuna –o, a la inversa, con prejuicio o preconcepto positivo– suele operar una fuerza centrífuga, una cierta resistencia que impide o dificulta entrarle con facilidad.

 En el esquema con que se describe aquel momento de la poesía argentina, se redunda en la oposición Boedo-Florida, el barrio y el centro. Groseramente, la izquierda y el compromiso social estaban de un lado; la vanguardia experimental y el arte por el arte, del otro. Menos Oliverio y la figura magistral de Macedonio, todo el resto de los que vale la pena acordarse eran (de Borges a Marechal y Molinari) pibes brillantes de veintipico. También tenían esa edad los fronterizos y tránsfugas que no encajaban del todo en el esquema simplista: los mencionados González Tuñón, Arlt y este Olivari, nada menos.

 La originalidad de ese grupo entre grupos, que no es tal ni programático, resulta, por muchas razones, de lo más interesante. Su obra da cuenta de una mirada y un “estado espiritual” rico en contradicciones -que son las de la ciudad-, menos sujeto a dogmas y más pegado a la calle, sin redencionismo social a la Carriego, ni el turismo urbano del primer Borges. Lo suyo será el grotesco: el ejercicio de un humor amargo ante la sordidez.




 Dijimos alguna vez que Olivari viene de los barcos -la raíz tana es muy fuerte, como en los Discépolo-, pero ya no extraña il paese como el ancestro inmediato que alimentó el grotesco; viene del barrio humilde, pero recala en el asfalto y las luces del centro –itinerario tanguero, sin su carga sensiblera–, pero, sobre todo, viene de la literatura: como Arlt se carga de Dostoievski y alucina fuera de programa, Olivari sale a la calle con la cabeza llena de Villon, de Lafforgue, de Baudelaire, y pinta y cuenta desde esos modelos revulsivos. Con vocación de dandy y marginal, se piensa poeta maldito mientras trajina en la redacción de Crítica, rema con “prosa asmática” bajo la tutela del capital. Ahí están las tensiones básicas -lo individual y lo social- entre el ideal y la miseria, belleza y fealdad, todo a flor de piel y sin resolver. El resultado es una tristeza sin melancolía, el tedio sin atenuantes, la rabia destilada en puteada, escupida y mueca; el poema de versos disonantes, cojos, autoconscientes de su rareza.

 Hay una pareja clave en casi todos los poemas: por un lado el yo lírico, la voz cantante -el joven enamorado, el periodista asalariado, el cliente ocasional, el paseante cínico-, y enfrente, con el lector de testigo y a veces de interlocutor, ella en sus tres versiones: la novia inicial que compartió los perdidos sueños adolescentes -el cine de barrio encarna ese universo de deseos insatisfechos, de la pantalla a la butaca- y que deviene la sórdida compañera de la rutina matrimonial; la empleadita, dactilógrafa o modista, sometida y expuesta a un mercado perverso y desigual; y finalmente, abyecta y triunfal, la “puta de dos pesos”, la yiranta, la carne callejera que saltó el cerco de la decencia. La novedad no es el tema sino la mirada al ras, solidaria y cruel a la vez: el poeta comparte con la yira -retórica pero sinceramente a la vez-  un mismo horizonte de frustraciones sin salida: “Me gustaría tentar otro destino; / pero ya es tarde, / y estamos clausurados por la desdicha / y por la democracia”. Qué bárbaro.

 Nicolás Olivari murió el 22 de septiembre de 1966, una primavera como ésta de hace cuarenta y cinco años. 26/09/11





 Diego Arzeno, más conocido como Nicolás Olivari, había nacido en Buenos Aires el 8 de septiembre de 1900. Poeta, periodista y escritor, desde muy joven abrazó la carrera periodística colaborando en Crítica, El Pregón, Noticias Gráficas, Reconquista, La Época, El Laborista, Democracia, Vosotras, Atlántida, Histonium, Para Tí, Leoplan, como crítico teatral y en muchos casos cubriendo la jefatura de redacción. Siendo estudiante,  publica un cuento breve, Matón de arrabal, en la revista del Colegio Nacional Avellaneda, donde ya muestra su dote para la escritura. También cumplió funciones en revistas literarias, fue guionista de radio y autor de muchas letras de tango. Sólo o en colaboración con los hermanos Enrique y Raúl González Tuñón, escribió para el teatro: Un Auxilio en la 34, que fue la primera, estrenada en 1927. Le siguieron Nuevo, Amargo Exilio, Tedio, Irse, La pierna de plomo, Cumbres Borrascosas, El regreso de Ulises, Dan tres vueltas y luego se van, y con Roberto Valenti armó para la radio Hormiga Negra y El Morocho del Abasto, ésta última posteriormente llevada al cine.

 Olivari, hijo de la inmigración italiana, como demuestra su apellido y obra,  fue un laburante que tuvo su almacén en la esquina de Cangallo y Ombú. A ese rincón vuelve con insistencia sus escritos. "Cinco años de almacén/ más veinte de vida urbana" -cuenta en 1925 en la revista Martín Fierro-. Pero esa no es la única medida; otro poema, Cuadro sinóptico de mi existencia, reconstruye: "Diez horas, diez horas de almacén,/ Diez horas, diez./ Sacos de garbanzos, "Petit Pois extrafins" / y fardos de té", para terminar en un grito de ilusiones perdidas, "Mamá, mamá, mamá".


 Sara Bosoer apunta que “El primer libro que publica Olivari es un texto escasamente estudiado por la crítica y no siempre citado en las bibliografías. Se trata del volumen de cuentos Carne al sol de 1922, virtualmente ignorado como primer obra narrativa ya que en solapas de otros libros y en diccionarios se menciona La mosca verde, del año 1933, como la primer producción cuentística del autor (Olivari 2000; Orgambide 1970; Prieto 1968). Curiosamente, algunas bibliografías fechan la primera edición de Carne al sol en el año 1952, pero no citan la editorial. (Orgambide 1970; Prieto 1968).”

 “Como obra de comienzos, Carne al sol contiene imágenes, escenas, temas, reescritos por Olivari en sus obras posteriores, incluso reelaborados en sus poesías más conocidas. El libro se inicia con un texto breve titulado “El inevitable prólogo” en el que el autor enfatiza, en lo que puede ser leído como un gesto de posicionamiento inicial: “Yo me lanzo solo, sin prólogos ni palabras liminares de nadie”. En ese “solo” podríamos leer, también, la situación de toda esa franja de escritores que, sin el amparo “de alguien bien situado en la palestra literaria”, intentaban ingresar en la vida pública; “así me conocerían, me iría abriendo ‘cancha’ en la literatura” afirma Olivari consciente de su condición de recién llegado. Al margen de toda la red de relaciones tradicionales, estos jóvenes escritores aspiran a construir nuevas formas de sociabilidad en las que se pueda prescindir de las formas arcaicas y residuales a las que Olivari, en este texto, ubica en “la égida paternal de un prólogo de alguien consagrado” y en una imagen de escritor que enfatiza la excepcionalidad del artista, prodigio desde la infancia, a la vez que subraya cierta naturalidad en la relación con la escritura. En un sólo párrafo Olivari condensa los dos problemas, se niega a esta concepción de la literatura como un don y reitera la distancia que toma de los autores consagrados. Olivari no recurre a autoridades, pero tampoco se presenta solo, como pretende, sino “dado de la mano” de su amigo Lorenzo Stanchina (otro escritor joven, hijo de inmigrantes, que ocupa una posición similar en el campo) a quien autoriza en el prólogo calificándolo de “héroe, pues ya va logrando los honores de una discreta celebridad”, y al que consulta antes de decidirse a publicar los cuentos. Olivari dibuja así, un mapa imaginario del campo, y muestra cuáles son las alianzas que interesan para una figura de escritor que se esboza como diferente de las figuras dominantes.”

 “Los nueve cuentos que contiene el libro (“cuentos eróticos” según los define su autor), en una estética de representación realista, exploran los diferentes escenarios que se presentan como posibles en la literatura del período (el centro de la ciudad, el barrio “de progreso”, el conventillo, el suburbio, la quema de la basura- también un barrio-, el campo del gaucho y el del peón de estancia), y representan las distintas clases sociales, sus cruces y encuentros. Pero además, estos primeros cuentos remiten a un diccionario modernista y una retórica sentimental que serán parodiadas por Olivari en sus producciones posteriores.”



 “Después de Carne al sol, Olivari escribió y publicó una serie de novelas cortas: La carne humillada (1922); Bésame en la boca Mariluisa! Ave Venus física, (1923) e Historia de una muchachita loca (1923). Se trata de textos ignorados, algunos de ellos nunca incluidos en las bibliografías y desconocidos por la crítica especializada. Bésame en la boca Mariluisa! Ave Venus física es el único de los libros encontrados que figura citado en las bibliografías, pero no por la edición publicada por La Novela de Bolsillo, sino en una traducción . Además, Valle, en su bibliografía, menciona dos libros firmados por Olivari, aún no localizados por nosotros, que podrían agruparse junto a este conjunto de obras: La mala vida y La canción de los vientres infecundos. Estos relatos pertenecen a las colecciones de literatura semanal, usualmente llamada “literatura barata” que, entre 1915 y 1930, con la difusión de numerosas colecciones de relatos breves, produce un fenómeno editorial hasta entonces desconocido en Argentina (Sarlo 1985; Pierini 2001)”.


 Dijo Olivari: Creo que ningún poeta argentino ha sufrido como yo el bárbaro chaparrón de las peores injurias. Se me negó con sistema. Se me aconsejó acremente no escribir más versos, se me disimuló y ennegreció con las peores tintas y sin embargo, seño­ras y señores, aquí me veis tan franco y se­reno y sencillo como si nada me hubiera pasado. Que nada pasó en verdad, porque los que pasaron fueron ellos y yo quedé escribiendo versos todavía y siempre a pesar de todo. Esta es la alegría que clarifica mi voz esta tarde.


  Jorge Luis Borges expresa en Estampas cinematográficas -Buenos Aires, M. Gleizer Editor,1933- sobre El hombre de la baraja y la puñalada que "Nicolás Olivari es el más indudable poeta de los que oigo. No creo en su talento: creo en su genialidad, que es cosa distinta. Sé que decir la palabra genialidad es alzar la voz y que eso es una descortesía o un énfasis. Que Olivari es un poeta de lo desagradable, también lo sé; pero esas dos consideraciones -la de la voz baja en la crítica y la del sedicente buen gusto- se quedan fuera de lo poético. Poesía es expresión. Olivari expresa con desesperada intensidad el tema que es suyo: el aburrimiento, el estudio para suicida, el rencor suburbano que ha sucedido a la compadrada orillera en esta ciudad. Olivari es mucho."

   Este personaje importante de la vanguardia de los años veinte, que contribuyó al giro lúdico e irreversible de la estética rioplatense, no sólo fue el poeta del salto de Boedo a Florida. Aquel grupo de Boedo que fundara junto a Lorenzo Stanchina  y Elías Castelnuovo; aquel grupo de Florida al que Evar Méndez, Ricardo Güiraldes y luego Jorge Luis Borges lo convocaron con aplauso fraterno.

 Lector entusiasta de Baudelaire, de Francois Villon, de Lautréamont, de Tristán Corbiere, de los clásicos rusos, de J. K. Huysmann, de la novela estadounidense de las primeras décadas de su siglo, de las revistas italianas de los años cincuenta, de sus contemporáneos y, además, lectoratento a toda nueva publicación.

 Frecuentemente escribía en colaboración con otros autores, en esa tarea se une a Lorenzo Stanchina, con quien comparte el primer estudio que se realiza sobre Manuel Gálvez (1924) y Raúl González Tuñón, con el que escribe varias piezas dramáticas- La pierna de plomo, representada en el Teatro del Pueblo en 1934 o Dan tres vueltas y luego se van, del mismo año aunque estrenada en el Teatro La Máscara en 1958.

 Con Lorenzo Stanchina y Raúl González Tuñón lo enlazan además páginas que si bien no surgen a cuatro manos reciben escrituras paralelas, evidencia que puede rastrearse ya desde ciertos títulos, La mala vida (1923) para hermanarlo al primero y Antigua canción de la marina mercante (1946) para arrimarlo al segundo.

 En 1929, su famoso poemario El gato escaldado, le aseguró el Premio Municipal. Con similar impronta a la de su libro anterior, La musa de la mala pata (1926), la irreverencia de Olivari visita allí tanto la imagen ultraísta como el lunfardo.

 Amigo de Horacio Rega Molina, María Granata, César Tiempo, Álvaro Yunque, Julián Centeya, admirador de la belleza de la escritora María Luisa Rubertino, colabora en diarios y revistas y pasa horas dedicándose al radioteatro. Es la época de los cuentos de La noche es nuestra (1952) y Un negro y un fósforo (1959), los poemas de Los días tienen frío (1958) y la El almacén. Novela parroquial de Buenos Aires" (1959).

 En Diez poemas sin poesía (1938), la desilusión o la misoginia le habían susurrado una sustitución inesperada: "Dedico estos poemas a mis perras Titina y Monín, a mi gata Nené y a mi tortuga Filomena, que reemplazan los nombres de las mujeres que los inspiraron y no se los merecen". Por esas cosas que tiene la vida o la literatura, su casa de siempre, la de Díaz Vélez al 4700, fue una veterinaria. Entre perros y gatos, gozosos en su ignorancia de la historia, estalla como un vegetal dormido una placa donde su nombre se despereza, casi en Parque Centenario: Nicolás Olivari.

 En la poesía de Nicolás Olivari, como observó Luis Soler Cañas, “hay protesta, hay rebeldía, hay inconformismo”. No se trata, ciertamente, de una poesía jocunda, sino ácida y melancólica, y sólo se emparienta con la de François Villon (1431?-1489?) en el travieso y fingido cinismo. Sin embargo, Olivari gustaba compararse con aquel poeta delincuente: «Compadre Villon, un poeta moderno /te abre cancha en la nueva ciudad, /como tú dice coplas en el rigor del invierno /y se ríe en sus coplas de su misma orfandad.» (El gato escaldado, pág. 21).







 Gabriela Szmulewicz en un estudio diferenciado sobre el autor nos lleva al clima crítico que sobre la mujer hace Olivari. Expresa  Szmulewicz que “En Nicolás Olivari, lo urbano aparece como una degradación de lo sublime: la mujer trabajadora, sucia, tísica, prostituta, infiel; el poeta “alquilando su pluma”-como dicen Bär y Carbone-; la fragmentación de la mirada; lo artificioso en todos los aspectos- la vestimenta, el maquillaje, las metáforas sobre el cuerpo, etc- el lenguaje corriente y coloquial, quizá vulgarizante."

 "Nicolás Olivari propone una experiencia de ciudad que está muy relacionada con el mundo mercantil. En ese sentido, la mirada sentimental de autores como Carriego no tiene lugar. Una referencia directa a esto es el poema “La costurerita que dio aquel mal paso”, en que la costurerita de Carriego, se ha mudado a un “pisito” en un “barrio apartado”, recibe lujos como collares de perlas y bombones de “viejos que no la molestan mucho”. El mal paso del título y del poema de Carriego, que podría entenderse como un “trastabilleo”, o un “paso en falso”, en la tercera estrofa se convierte -gracias al recurso de la alteración del orden sintáctico, que pareciera tener implicancias sobre la alteración del orden moral- en un “paso malvado”, es decir con malas intenciones. En esa misma estrofa, aclara Olivari, que si no se ‘hubiese convertido en malvada’, estaría “tísica”, la enfermedad de la mujer porque es puro cuerpo, no es etérea ni inmaculada como en Carriego, Lugones, u otros de la corriente más sentimental."

 "La mujer, no sólo no es incorpórea, de belleza ideal, esposa y madre sino que es puro cuerpo: es terrenal, y se dedica como profesión a los placeres terrenales: La mujer no sólo está en la calle sino que trabaja en la calle, y lucra con su cuerpo. La poesía de Olivari está saturada de prostitutas. Por lo tanto, esta mujer, es vista sólo como cuerpo, pero pintado, preparado, para intercambiarlo por dinero: imitado, en algunos poemas, esa mujer está formada por elementos fríos y duros pero que revisten lujo y dinero -en “Artificial”, por ejemplo: mujer de “ojos brillantes”, “corazón de oro”, “pintada como una porcelana”, etc- en otros, está animalizada -por ejemplo en “La negra olvidada en la lechería”, que tiene una “lengua ofídica”- y en otros casos, está maquillada, o usa elementos que copian lo natural para cubrir la edad -como en “La musa de la mala pata” que usa “dientes postizos”, o “cold-cream rosado” para las arrugas."

 "Hay gran cantidad de mujeres trabajadoras: la obrera, la dactilógrafa aparecen junto a la prostituta como personajes. Estas mujeres nos son bellas, no tienen cuerpos deseables como las prostitutas, sino que están generalmente enfermas, descriptas a partir del oximoron, o la animalización o la cosificación, como en “La dactilógrafa tuberculosa” que es una “doncella (es decir, una virgen) tísica y asexuada”, con “senos inapetentes”, con “cara granulada”, que es una “pobre yegua flaca” “con los dedos como espátulas”."

 "Aquí se puede apreciar también el distanciamiento de escritores sentimentales, en donde la tuberculosis era una enfermedad romántica, cubierta de heroísmo. La descripción de estas mujeres oscila entre esta enfermedad y la asociación con lo animal, por ejemplo en el poema “Mi mujer”, en que la esposa del yo lírico está asociada a una vaca “olorosa a leche agria”, es decir que ni siquiera se la relacionaría con una madre. En este poema también se puede ver un rasgo fundamental que tiene que ver con los uso coloquiales del lenguaje que realiza Olivari -“Me animalizastes a tu nivel”- que tendría por efecto degradar el lenguaje poético, teniendo en cuenta que ya había degradado todas las representaciones de mujer, de trabajo, de ciudad, de enfermedad."




 "En este sentido resulta operativo revisar el aparato paratextual de estos tres libros, sobre todo los prólogos y dedicatorias. En La amada infiel, el libro está dedicado a “las compañías de tranvías Anglo-Argentino y Lacroze, en cuyos mugrientos y faraónicos coches, transcurren oscuramente las mejores horas de mi alegre juventud”. Respecto de la ciudad, salta a la vista la palabra tranvía, transporte urbano por excelencia de los años ’20 y ’30. Lo interesante está en los oxímoron que arman pares grotescos: “mugriento” junto a “faraónico”, “oscuro” al lado de las “mejores horas” -en clara referencia a la diversión a partir de lo prohibido por lo moral- y juventud."

"En La musa de la mala pata su dedicatoria pone aún más en escena este trastocamiento: su libro está catalogado de “grotesco, rabioso e inútil”, está consagrado a “los empleados de Comercio de la Ciudad”, que se adjetivan como “pobres seres canijos y dispépticos que nunca conocieron el amor” y que para vivirlo, lo deben hacer a través del artificio del “”cinematógrafo”. Estos empleados, se diferencian mucho del yo lírico luego propuesto, ya que éstos tienen elementos para escribir, pero no los usan ‘poéticamente’: “limpian sus lapiceras en el lamentable relieve de sus traseros afilados por la inminencia de la patada patronal”. En esta dedicatoria se ve claramente el uso de la sátira y la mezcla de opuestos con efectos humorísticos que propone Bajtin."

 "En El gato escaldado en el texto previo a los poemas llamado “Palabras que se lleva el viento” Olivari define a la poesía como “ictericia” para luego explicitar que “Mezclar en la antinomia del lirismo puro los elementos de la realidad, exagerados hasta la irrealidad para quitarles su sabor a fábrica, será la labor única y suprema”, poniendo aún más de relieve sus procedimientos literarios de mezcla y yuxtaposición de opuestos y su compromiso con el ‘contar la verdad’ antes trascripto. Respecto de la ciudad, habla de “la decadencia respirable en que nos toca vivir”."

 "Pareciera hacer un manifiesto de su poética: “Menester será romper la carne y con sus filamentos aderezar lo sentido. El lirismo usado hasta ahora es bobalicón y miedoso. (...) Está ya agrietado y maquillado con los abundantes cold-creams de los academicismos. Su vejez es espantosa y repugnante ante las nuevas fórmulas.”"

Aquí está criticando a la escritura sentimental y hablando de la propia, pero es sugestiva la sátira sobre la mujer, la vejez, el trabajo que pareciera no sólo una ironización sobre la urbanidad sino también de esa representación escrita de la mujer, que se puede leer en autores modernistas como Lugones, que la pintaban etérea.

"La referencia urbana en Olivari está mediada por estas representaciones mercantilizadas de mujer, de cuerpo, de enfermedad. La ciudad es grotesca, subvierte lo alto y enaltece lo bajo, degrada lo sublime hasta convertirlo en algo excrementicio, convierte en objeto artificial a la juventud que se propugnaba desde la literatura sentimental. La ciudad está colmada de ironía, de sátira y de parodias."


 Olivari es un coleccionista (las postales, las armas, los blasones lo atestiguan); un tierno. Y un provocador. Naipes, asesinatos, amantes codiciadas; humo, muelles y una destreza que hace de los cuerpos el dato inequívoco de una épo­ca de transformaciones.
El ingreso del cine como "nuevo arte" ensancha las perspectivas de la visión so­bre el mundo que gradúan los escritores. (…)







17 de octubre

Desde la negra barrera del otro lado de la villa,
donde el horizonte se fundía con la nada,
con salitre en la mejilla resecada
y una miel despavorida en la mirada
llegaron
los descamisados.
Desde la fragua abierta cual granada de su sangre,
encajada en el molde de la muerte,
desde altos hornos pavorosos, crudo fuego enemigo
con las uñas carcomidas
y el cabello chamuscado en cansancio secular
sus mujeres desgreñadas por el hambre y sus crías
que no lloran porque miran,
llegaron
los descamisados.
Sin más arma que el cansado desaliento que en sus trazos se hizo hueco
frente al río enchapado de alquitranes y petróleos,
solfatara de mil diablos expulsados,
del ansioso cielo antiguo de los pobres,
detenido en el asombro de su paso,
la pupila desbarrada en la angustia esperanzada
en un hombre que hace luz en la tiniebla,
que levanta todo aquello que se daba por perdido,
por perdido y para siempre,
llegaron
los descamisados.
Desde el otro lado de los puentes destruidos
por la mano codiciosa de los despechados
con un grito silencioso en la grieta de los labios,
clamoroso, esperanzado,
latir azulceleste en las venas que se crispan,
levantando los racimos en las manos,
hacia un hombre presentido,
que vibraba delicado,
llegaron
los descamisados.
Desde el taller cerrado y la fábrica con su cara
clausurada de bondad,
patinada
por el antiguo sudor de sus familiares,
invadieron la ciudad
y el grito fue invadiendo las conciencias
hasta hacerle claridad.
Claridad junto al Líder recobrado
por su pueblo, el gran pueblo, solo el pueblo,
y para siempre... para siempre, desde entonces
es nuestro, solo nuestro, recobrado por el pueblo,
en aquel día de gloria que empezó oscuro y trágico
hasta hacerse claridad,
cuando el nombre iluminado,
mi prójimo y vecino, mi compañero y hermano,
lo rezaran con el alma, cuando llegaron
los descamisados.

publicado en Democracia, 16 de octubre de 1952


Nuestra vida en folletín

¡Claro! nos hemos pasado la vida por los cinematógrafos,
tu amor tenía las dulzuras tortuosas de las heroínas
de Cecil B. de Mille,
y nos estremecimos juntos ante los revólveres de los ínclitos cow-boys,
y cuando Perla White estaba a punto
de caer bajo las garras de aquel tipo de bigotito de traidor
temblábamos en idéntica emoción...
Tu alma de estrella fracasada
y mis miméticos gestos de artista sin contrata,
trasvasaban la pantalla
a la platea suburbana.
Vivimos cien vidas misteriosas
en la encrucijada de las probabilidades,
en el ómnibus de doble piso de la casualidad,
y ardiendo en amores irreales
fuistes esclava, reina, gigolette y burguesa
y yo fui Hernani y boxeador...
Cómo hemos violado la naturaleza
-pues tú eras una muchachita de arrabal
y yo un muchacho haragán
escandalosamente sentimental-,
ella se vengó haciéndonos representar
el melodrama de nuestro mutuo amor
a menos de 0'50 la sección.
Todo se complica en la ficción
de nuestras tardes filmadas,
-matinée y sección Vermouth-
y en nuestras poses norteamericanas
cruza el caramelero,
el don Juan de la boletería,
que te daba entradas gratis
y aquel viejo huraño que nos miraba con risa de eunuco
o de jubilado de moralidad.
Y toda la triste tristeza de los arrabales porteños
cuando nuestro frío se refugiaba
en el cinematógrafo que era nuestro hogar.
Tus ancas quedaron infecundas
de tanto plegarse a las butacas
y el hijo se nos escabulló en la boletería.
Todo el argumento novelable
de tu beso en la oscuridad
no tenía originalidad,
plagio de una industria disfrazada de arte,
cuando el deseo nos sacudía
y por un momento el amor
de que hablan mis compañeros de redacción
llegaba a nuestras almas,
encendía la llamarada darwiniana
al compás del piano onanista
que se masturbaba siempre con el mismo vals,
nuestro espasmo se perdía
en la electricidad del entreacto.
Perdimos cinco años en las plateas,
-los cinco años que perdí
en el Colegio Nacional-
para amarnos con gusto de película
y atmósfera de ácido carbónico
enhebrada en el piano afónico.
Con todo te quería,
-muchachita enferma y tan flaca-
pese a Edison y a su dramaturgia,
pero las butacas
eran tan estrechas y nuestra sensualidad tan ancha
que el espasmo se perdía
en la electricidad del entreacto.
Rebalzamos las fronteras de la realidad
y nos encontraremos en las películas futuras
cuando el cinematógrafo
sea el arte del porvenir.
Yo, ¿por qué? leía libros en los entreactos
y tú no hacías más que soñar
y ya no nos pudimos encontrar.
Suelo pasar las tardes de mi melancolía
en aquel sucio cinema
que gastamos tanto
y me ilusiono vibrando en argumento
como esperando el momento
de oír tu tos:
acomodador
que me señala que ya llegaste
al cinematógrafo del recuerdo
donde el que pasa las cintas
se llama Dios.


¿Sabes compañero?

¿Sabes compañero lo que es no tener horizonte?,
¿y a los veinte y tantos años?
Las manos se crispan en el vacío de los ideales
y alargan las brazadas de tinieblas
para la apagada hoguera de la fe...
Tendido en el lecho miro el hilo de humo que consuela,
nuestra juventud es un hilo de humo que se agita
sin razón,
algún día se oirá una detonación
en la casa aburrida y el enorme bostezo de sus paredes inhóspitas
te recogerá, arrugado y flácido
como un muñeco de comedia italiana.
Ya pasa la caravana del tedio por el Sahara del cráneo
hinchado de arena gris de hastío;
los largos albornoces de la inutilidad dan al viento
su caricatura de alas...
Pasan por la linfa de mi cuerpo, arrugado y flácido,
la corte del hampa de los instintos neutralizados
en la comicidad de la cultura.
¿No oyes al niño que se muere al lado?,
su sofoco de angustia te da un martillazo en las sienes
y complica tu hastío ciudadano
el andar de oca de las mujeres
el paso de los transeúntes
y el perpetuo gotear de las canillas mal cerradas...
¡Allá! ¡allá!, es tu interjección eterna,
¡más allá!, ¡más allá! debe estar la verdadera vida.
Fuma tirado en el lecho, fuma,
y silba el tango sin fin
que comenzó en la esquina del arrabal del mundo...
Hay que justificar nuestra inutilidad de babosa
que se arrastra pegada a los sentimientos...
¡Adiós, poeta!, tu padre, el mío, el del otro,
ronca en la alcoba,
en la misma alcoba donde ronca sus cincuenta años de costumbre
y su lumbre
agiganta tus ideas suicidas
en el pozo negruzco de tu vacilación,
vacilación
que llena al corazón
de ganas de morir
o dormir... o dormir...
Tu padre adelanta tu agonía,
día a día fallece un poco,
y sientes que el oscuro destino que te liga
a su ronquido igual
escarba tus entrañas
con la sensación más desgraciada: la de la intolerancia...
Y tú falleces a ratos, a puchos, a retazos,
sin la parada de tirarte a muerto
como un fardo
en la vía pública
y al pasar la gente diga:
-Era feo y mísero el pobre poeta de la urbe...
-...más feo y más mísero que un caballo hinchado...
-...que una mosca verde...
-...que un perro sarnoso...
Y pase una mujer que te dé con el pie,
y pase una señora y te dé un centavo para las velas,
y pase un fariseo y te robe la cabellera,
y pase un amigo y te robe las metáforas,
y pase al fin una figura incierta y borracha,
-pálida y claudicante-
te mire implorante
y acaso diga:
-Cuán luminosa, Jesús, era su frente...
Pero mi cuerpo interrumpirá el tráfico
y licuará el asombro de su gesto decisivo
en la luminosa chorrera de puteadas
de los horteras  
amenazados de llegar tarde a sus mostradores
ante el salto grotesco del poeta
que buscó vengarse de su ciudad
incrustando sus sesos en los adoquines
-adoquines sobados por dos millones de suelas ciudadanas-
para fijar en la tradición arrabalera
-arrabal que es la placenta de la Pampa prometida-
el mismo gesto macho
de aquel otro versolari, de aquel otro payador,
de aquel otro hermanito en el Mester de Juglaría:
..."Entiérrenme en campo verde
donde me pise el ganao..."

Tango

Con su pereza de hembra lasciva
arrastra el flato un bandoneón,
vierte un malevo ruin saliva
por el colmillo, sobre el salón,
esa pecosa se hace la esquiva
pero la alcanza a la deriva
el roce obsceno del pantalón.

Sobre la escena ya desconchada
por el otoño que es el flautín
une su pena de madrugada
su nota oblicua con el violín,
y la pareja danza enmarcada
por la inminencia de puñalada
que es la frontera del cafetín.

Un criollo eterno con su Argentina
y su guitarra y el leal facón
su décima isócrona garla, empina
la danza y asienta el tacón,
cada puteada planta su espina
y un gran penacho de nicotina
presta la gratis decoración.

La voz añora la vieja hazaña
de algún malevo que se perdió
-Cuarenta entradas, alias: Araña.-,
por una hembra fue que mató,
el hampa gipa dentro su entraña
culto al coraje vuelca el caló.

Indiferente baila trenzada
con un cualquiera la tal mujer,
el tango dice con letra airada,
que el taita Araña no ha de volver.
Tiende su carne, bestia encelada,
lame sus senos la llamarada
de los instintos que hace nacer.

Música oscura muestra la incierta
acre tristeza que va a danzar,
flota en la murga la rata muerta
que la noche ahoga en el albañal.
El viento lejos llama a una puerta
y la blasfemia de alguien despierta
el alma torva del arrabal.

Hay un revuelo de luces bajas,
brillo sinuoso de algún facón,
las mesas esparcen a las barajas
y un filo muerde a un corazón.  
Se arma la escena: Filo que saja
las cuatro ruedas son las rodajas
del honestísimo salchichón.

Sobre el tablado, triste y pringoso,
yace tirada la tal mujer,
junto a su flanco solloza un mozo
pero sus lágrimas no osan caer,
Nunca la hombría su vil sollozo
para que surja ya rencoroso:
-¡Mina, te dije que iba a volver...!

La voz de orgullo aquí se empaña
que como siempre lució el facón
-Cuarenta entradas: Alias: Araña.-,
tiene en el hampa su religión,
mientras historia la roja hazaña  
la angustia rítmica del bandoneón.

Cuadro sinóptico de mi existencia

Diez horas, diez horas de almacén,
¡Diez horas, diez!
Sacos de garbanzos, "Petit Pois extrafins"
¡y fardos de té!

¡Rabia! ¡Rabia! ¡Veinte horas de rabia!
¡Rabia multiplicada!
La cabeza en Babia
y una mueca en la cara cansada...

Cuatro idiotas, calzados, vestidos,
¡y todavía vivos!
...en fin...  
los pinte en su vida sin vida
esto: ¡nunca tuvieron noticia
de la muerte de Lenin!

Monograma en el viejo escritorio
que eyacula tinta,
uniendo sus burocráticos poros
un nombre se pinta.
¡Rosa! Como en el viejo Colegio Nacional
también aquí tu cifra fue grabada,
pero allá era sentimental
aquí es una puteada...

El patrón, un mastodonte:
cuello, cinco vueltas de grasa,
alma negra de polizonte,
chacal desjarretado
por el reumatismo,
tabla rasa
del mimetismo.

Yo no puedo concebir
que este hombre fue niño alguna vez,
lo ha debido parir
el espíritu precito de algún Juez.

El odio es una cisterna
que me vuelve el alma negra  
con el odio y la rabia está la terna
que mi desesperación íntegra.

¡Cómo han mutilado mis ilusiones!
¡Cómo han deshecho a mi optimismo!
Han abierto el grifo oscuro de las cavilaciones  
y me han perdido de mí mismo.

¡Mamá!, ¡mamá!, ¡mamá!
¡Oh! el grito tenaz, el grito húmedo
de lágrimas subterráneas... ya
estoy haciendo números...

No la poesía de las cifras aladas;
son números con la cola entre las piernas,
son números burgueses, no sirven para nada,
pero no insultan ¡no hablan, no humillan...!
Oh, el firulete que les hago,
¡son tiernas caricias!

¡Diez horas!, ¡diez horas de almacén!
¡Mamá, mamá, mamá!,
como cuando me llevaron pupilo a la escuela,
¿recuerdas?, ¡fuiste tan buena!,
¡oíste mi grito infantil!
¡Ahora es ronco y cómicamente varonil
pero es más triste... ¡Mamá!
¡Llévame de aquí!


Única canción de amor

I

¿Ves? Estoy obligado
a llorar en verso la pena
de tu amor perdido
para siempre en la nada.
¡He pedido tan poco!,
¡con tan poco edifiqué mi ensueño!
La cocina humosa,
la familiar tertulia del Domingo,
el grave silencio de tu barrio pobre,
el arco iris de mi conducta hacia tus senos,
la dulzura de vivir bajo tus años
acurrucado como un perro trémulo
bajo la suave amenaza de tu mano...

Sensaciones fugitivas, románticas y zonsas,
desaliño ideal y trunco,
dejar en la puerta de tu casa chica
la complicación de mi superioridad,
y sentirme a la altura del agua barboteante
de tus lustrosas canillas sin personalidad
y de las tiras de cortezas secas,  
-¡ilusión de campo!-
largas tiras de corteza de naranja
que se espiralizaban en los estantes...

La juventud mía es un asfalto
sereno y vulgar de puro oscuro
y tú eras la luna abrillantando
su opaca tristeza
clavada en mi desesperanza...
Mas todo es vulgar en la vida, y tú misma
bella y todo, fría y ausente,
vulgar pedestremente...

Fui a tu encuentro con el alma abierta
como una puerta familiar a la sombra amiga
y sólo encontré el enorme bostezo
de tu aburrimiento  
y fuimos un largo bostezo de aburrimiento,
cuando podíamos ser un poema
o una luz en él asfalto
de nuestras vidas
anuladas para siempre...

Yo bostezo amada, larga y dulcemente,
para que, amada,
mi cara
disimule el llanto,
porque por vez primera  
en este libro que ha burlado tanto
he llorado, amada,
por ti, por mí, por el amor ido para siempre,
y como un romántico...

II

Yo podría ser un hombre rico,  
-el sol dorado se acuesta en tus mejillas-
te hubiera llevado hacia una comarca
-nostalgia de lo andado que vi dentro tus ojos-
paisaje de sonrisas que en mis noches de visita,
tendías a lo largo de la murada calle;  
cuando a la puerta salías a dejarme
Paisaje que
pasaba mi cabeza
recolectada en tu belleza,
y repartías tu ansia entre los mundos que habrá  
y tu lástima a mí...
En la innutrida enredadera del traspatio
un bicho vergonzante mastica 20 erres,
la vita nuova que soñamos aún no ha detenido
su improbable mentira de día de Reyes,
y hasta, ripio de conforme, la burguesa quimera,
-pan, sal, tranquilidad-
-el amor en mangas de camisa-
se fue... se fue...
¡Justicia de Dios! Te traje  
hasta el alcance de tu ojo, entristecido y plúmbeo,
la cuarentena de mi tristeza que alargaba
mi cara
de aburrimiento.
-¡Oh el olor a mandarinas de tus senos alargados!  
y gocé de prostituirte
-junto al plátano que decora la barriada-
con la incolora voz con que traduje
para tu oído, ausente en la caracola de los sueños que te hablan,
los chismes indecentes que en mi oficina ofician...  
De profundis clamavi a te mi amor semiasfíxiado
por el temor de ser ridículo,
mientras tus largas piernas, suaves, blancas,
eran dos caminos blancos, suaves,
que yo, miserere di me, sin transitar ya desandaba...

III

¿Qué hacer? ¿Qué hacer si así ya somos,
si ya es inútil el beso que no alcanza
a fingir la cruenta vulgaridad de todo
este pedazo de carne entusiasmada
que era yo ante ti, con la vergüenza
de querer obligarte a querer lo que no alcanza
a querer mi egoísmo?
(¿La madre que me quiere
acaso porque me parió y sólo por eso?)
Como una estaca que marca los caminos
ansiosa de belleza y de utilidad
florece cada año con brote que renueva,
así tengo mi amor, aparte y bien cuidado,
íntegro cultivo en el campo del recuerdo,
de lo que parsimoniosamente vos me distes  
en las entrevistas truncadas por la duda,
cuando eras la señora de las islas que soñabas
y tus maravillosos ojos color de las glicinas
diluían las visiones de tierras tan distantes
de pueblos sin historias y sin literatura
ante el que podría ser un hombre rico
para colmar tu anhelo,
y no fue más que un oficinista
cuya alma crecida en tu belleza
es un gran borrón de tinta...


Coplero de buen amor

I
Entre las calles modernas
donde el progreso resopla
bien haya el lírico influjo
que echa al aire esta copla.

II
Coplero del buen amor
que para amarte da pauta
y permite que pagano
vaya soplando en mi flauta.

III
Fué en la esquina, una tarde
que te ví
ay! no verte, más valiera
para mí.

IV
Como tienes las mejillas
mismito como manzanas
valga su elogio sencillo
en mis coplas ciudadanas.

V
Y así de saco entallado
te canto como en la sierra
que si de ciudad ciudadano
mi alma es de esta tierra.

VI
Que lindo amor campesino
fuimos haciendo el domingo,
en un pueblito perdido
me enseñastes el corpiño!

VII
Gruñona tu tía… eh?
pero es tan linda su parra!
dejé mi orgullo en el pámpano
y te canté en la guitarra.

VIII
No, no creas que es broma
que te cante tanto niña,
si en tu labio hay un aroma,
de agreste zumo de viña!

XI
Amasabas los pasteles
lo que te robé en un tris…
y estando tan colorado
tenía harina mi nariz.
X
A confesarte segura
el domingo fuiste a misa,
a que no dijiste al cura
la rosa de tu camisa?

XI
En la puerta el otro día
tu madre escuchó un beso
si no fuera más que eso
que sordera vida mía!

XII
No te gustan en la frente
en la boca son amargos,
aquellos sobre tus senos
esos sí que eran largos!

XIII
Anteayer lavaste el pelo
y lo secabas al sol,
siempre igual, dándome celos
hasta con nuestro Señor.

XIV
Algún día han de cansarte
estas bobitas canciones
cuidado! que he de enristrarte
huy! que sarta de oraciones!

XV
Pero si así te cansare
que haría? oh! poca cosa
seguiría haciendo versos,
“ande ha de ir el buey que no are”!

XVI
Pero los haría tan lindos
que la gloria me alabara
con que rabia tu dirías:
si yo no lo abandonara!

XVII
Están dando las ocho… ya?
parecía tan mañanita…!
adiós morena, mi ciudad
me llama,
 e la commedia e finita!


Crimen pasional

Te voy a descolgar unas estrellas
para que las luzcas con tu amante,
te aseguro que son las más bellas
que pude hallarte.
Baila en la Sociedad
ríe y canta en el Buffet
pero cuando se haga la claridad
aguárdame.
Me devolverás las estrellas
pues se está notando su ausencia;
—las estrellas son doncellas
muertas en la adolescencia.—
Pero si en tus raros antojos
no quieres devolvérmelas
ten cuidado con tus ojos
de ave rapaz.
Que en tus dos negras cuencas
por el cielo pregonarás
porque brillan tanto, azulencas,
dos estrellas que hay de más.


La dactilógrafa tuberculosa

Esta doncella tísica y asexuada,
esta mujer de senos inapetentes,
—rosicler en los huesos de su cara granulada
y ganchuna su israelita nariz ya transparente…
Esta pobre yegua flaca y trabajada,
con los dedos espatulas de tanto teclear,
esta pobre mujer invertebrada,
tiene que trabajar…
Esta pobre nena descuajeringada,
con sus ancas sutiles de alfiler,
tiene el alma tumefacta y rezagada
¡y se empeña en comer!
Yo la amé cuatro meses con los ojos,
con mis ojos de perro triste y vagabundo;
cuando le miraba los pómulos rojos,
¡qué dolor profundo!
Un día juntamos hombro a hombro nuestra desdicha;
vivimos dos meses en un cuchitril;
en su beso salivoso naufragó la dicha
y el ansia de vivir…
Una tarde sin historia, una tarde cualquiera,
murió clásicamente en un hospital.
(Bella burguesita que a mi lado pasas, cambia de acera,
porque voy a putear…)







 Olivari, como muchos de su generación, se asoció al tango y dejó su huella porteña. Caminador de esa calle Corrientes donde latía la noche, supo encontrar en sus cafés a esos prototipos que soñaban a la madrugada.





La violeta
Tango 1930
Música: Cátulo Castillo
Letra: Nicolás Olivari

Con el codo en la mesa mugrienta
y la vista clavada en el suelo,
piensa el tano Domingo Polenta
en el drama de su inmigración.
Y en la sucia cantina que canta
la nostalgia del viejo paese
desafina su ronca garganta
ya curtida de vino carlón.

E La Violeta la va, la va, la va;
la va sul campo che lei si sognaba
ch’era suo yinyín que guardándola estaba...

Él también busca su soñado bien
desde aquel día, tan lejano ya,
que con su carga de ilusión saliera
como La Violeta que la va, la va...

Canzoneta de pago lejano
que idealiza la sucia taberna
y que brilla en los ojos del tano
con la perla de algún lagrimón...
La aprendió cuando vino con otros
encerrado en la panza de un buque,
y es con ella, metiendo batuque,
que consuela su desilusión.


"A pesar de mi intensa vida de periodista, nunca tuve la suerte de conocer personalmente a Carlos Gardel. La letra de "La Violeta" la escribí en un mesón antiguo de este Buenos Aires, comiendo con Cátulo Castillo, por una apuesta y nació al hilo, entre los spaghettis y el vino. Primeramente lo grabó Maida y luego Gardel; para mí es un motivo de orgullo personal esta distinción sin igual. Fue Cátulo quien se encargó de hacerlo grabar".


Cuarenta entradas
Tango 1929
Música: José López Ares
Letra: Nicolás Olivari

Una voz llora la vieja hazaña
de algún malevo que se perdió...
Cuarenta entradas: alias “Araña”,
por una hembra, fue que mató...
Era la mina de su calaña
él fue a la “Tierra”... ella se abrió...

En la milonga hubo un barullo,
yace tirada la tal mujer.
Junto a su flanco solloza un mozo
pero sus lágrimas no osan caer...
Trunca la hombría su vil sollozo,
para que surja, ya rencoroso:
“¡Mina, te dije que iba a volver...!”

La voz de orgullo, aquí se empaña
que como siempre lució el facón,
cuarenta entradas: alias “Araña”,
tiene en su hampa, su religión...
mientras historia la roja hazaña
la angustia triste del bandoneón.


Cuarenta entradas / Tango (1929)
La violeta / Tango (1930)
Tango triste y querido / Tango (1930)
Sos reo… pero sos derecho / Tango (1931)
Desdén /  Tango (1933)
Ambiciosa / Tango (1933)
El despreciao /  Ranchera


 El escritor Horacio Salas sostiene que “quizá haya sido el más cuestionado (los críticos tratarona su poesía de `grosera`, `antiestética` y `pornográfica`) por mostrar rincones oscuros con los que se convivía pero no era de buen gusto mencionar”, coloca en su justo lugar al autor de “La Violeta”.

 Por su parte Jorge Boccanera puntualiza que “su fraseo se eriza en las torsiones de lenguaje, mientras alterna un vocabulario moderno (jazz band, cine, fox trot, cronómetro) con palabras de manejo inusual (escrófula, ludibrio, arrecida, pobretería, afásico, murmurio) e incluso términos inventados”.

 Nicolás Olivari falleció, en Buenos Aires, el 22 de setiembre de 1966.





1922 Carne al sol (cuentos). Buenos Aires: s/d.
1924 La amada infiel (poesía). Buenos Aires: Modesto H.
Álvarez; Manuel Gálvez. Ensayo sobre su obra (escrito en
colaboración con Lorenzo Stanchina). Buenos Aires:
Agencia General de Librería y publicaciones.
1926 La musa de la mala pata (poesía). Buenos Aires: Martín Fierro.
1929 El gato escaldado (poesía). Buenos Aires: Gleizer.
1933 El hombre de la baraja y la puñalada. Estampas cinematográficas.
Buenos Aires: Gleizer; La mosca verde (cuentos). Buenos Aires: Tor.
1938 Diez poemas sin poesía (poesía). Buenos Aires: Destiempo.
1946 Los poemas rezagados (poesía). Buenos Aires: Llosibol & Midedogapa.
1952 La noche es nuestra (cuentos). Buenos Aires: Borocaba.
1958 Los días tienen frío (poesía). Buenos Aires: Brenda.
1959 Un negro y un fósforo (cuentos). Buenos Aires: Trenti
Rocamora; El almacén. Novela parroquial de Buenos Aires. Buenos Aires: Tirso.
1964 Pas de quatre (poesía). Buenos Aires: Trenti Rocamora.
1966 Mi Buenos Aires querido. Crónicas y estampas. Buenos Aires: Jorge Álvarez. (Publicación póstuma)